Pedro Peñaloza

PEÑA: LA CRISIS BARNIZADA

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Primera de dos partes

Por Pedro Peñaloza

“No consiste la pobreza en poseer pocas cosas, sino en dejar de poseer muchas otras”.

Séneca

1. Discurso motivacional para aplaudidores profesionales. El entusiasmo desbordado del inquilino transitorio de Los Pinos, busca socializar el estado de ánimo de una minoría que vive entre la opulencia y el poder omnímodo. Sin duda alguna, las frases diseñadas por algún escribano de lo intrascendente, son disparos verbalizados y trasladados al campo de lo insustancial que caracterizó la oda presidencial. La exaltación de Peña y sus desplantes optimistas que ofrecen, «sentar las bases para un mejor futuro» o exaltar que, «México decidió no resignarse», son solo neblina en el horizonte accidentado y nada gratificante que tiene un país con tan altos y pronunciados contrastes sociales. Su discurso de una hora veintiocho minutos, desprovisto de contenido social tuvo como colofón una frase de quienes buscan apropiarse de la historia y convertirla en propiedad personal, «un antes y un después para México». Así, el «día del presidente», herencia de la tradición autoritaria y endiosada del viejo régimen del infalible tlatoani sexenal y de nueva cuenta el «besamanos» sintetizan la historia de un modelo de dominación que no se ha ido y se niega a irse.

2. Proyectos, deseos y demagogia. El presidente Peña tiene todo el derecho de pretender encubrir la realidad con frases motivacionales, sin embargo, la frontera infranqueable de sus dichos está en el campo de los números duros y de la economía visible. El joven imberbe admitió que, «México aún no logra las tasa de crecimiento que necesita aunque la economía va en la ruta correcta». Pongámonos de acuerdo: la economía de nuestro país ha mantenido un mediocre crecimiento desde hace, por lo menos veinte años, es decir, priístas y panistas han sido coparticipes del mediocre crecimiento, lo que está en crisis es el modelo de desarrollo y dicho de mejor manera el modelo de acumulación capitalista. Peña, no propone nada distinto -aún con sus reiteradas reformas estructurales-, sigue repitiendo el catecismo que proviene de las iglesias, de los centros financieros globales, que plantean como mandamientos irreductibles cuidar sacrosantamente los esquemas macroeconómicos.

Los ingresos petroleros del Gobierno federal, recursos con que se financia un tercio del gasto público, se mantuvieron prácticamente estancados entre enero y julio pasados, comparados con los captados en el mismo periodo del año anterior (SHCP). En tanto, el tamaño del déficit fiscal en los primeros siete meses del año casi triplicó el registrado en 2013. Es más, aún con la reforma fiscal vigente a partir de este año, que elevó las tasas máximas que pagan las empresas y personas del ISR, la recaudación por éste concepto en julio fue menor a la del mismo mes del año pasado, situación que refleja la lenta dinámica de la actividad productiva. Es decir, los proyectos que anunció el licenciado Peña no tienen asideros económicos reales y apuestan a escenarios favorables a partir de variables internacionales que no puede controlar una economía subordinada como la nuestra.

 

En resumen, Peña describió un futuro que poco tiene que ver con las mayorías asalariadas. Repitió el viejo esquema del positivismo económico, de «primero crecer para repartir», y mediante ese endeble paraguas, evadió tocar un tema toral de la economía mexicana, a saber, el creciente deterioro del poder adquisitivo de las capas explotadas y oprimidas. Un presidente que habla en abstracto, de un mundo feliz, pero que enmudece frente a un elemento crucial: México es un reducido archipiélago de ricos y un océano de pobres y miserables. Ese es el tema de fondo.

pedropenaloza@yahoo.com / Twitter: pedro_penaloz

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