La Otra Versión

    Pero qué necesidad, para que tanto problema…

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                                                                                                               René Sánchez García

Como todos ya lo sabemos, el pasado domingo 28 en Santa Mónica California (Estados Unidos), falleció a la edad de 66 años el cantautor mexicano Juan Gabriel. El deceso ocurrió unas horas después de que el Divo de Ciudad Juárez ofreció un concierto al público hispano de ese lugar. El hoy desaparecido cumplía con su gira programada por 22 ciudades de la Unión Americana. La noticia corrió rápidamente y causó consternación en todos los confines del mundo, pues muchas de sus más de 1800 piezas musicales fueron traducidas en diversos idiomas. Pero aparte de la pena sufrida por quienes se dedican al mundo del espectáculo, el acontecimiento se ha dejado sentir fuertemente en el ámbito cultural de nuestro país. Y es que Alberto Aguilera Valadez en muy pocos años se convirtió en un ídolo de las multitudes, gracias a que la letra y música de sus composiciones tocaron el alma y el corazón de la gente, por ello él alguna vez expresó: “Prefiero al pueblo que a los políticos, por eso he durado cuatro décadas”.

Juan Gabriel vino a este mundo y especialmente a México, a dar continuidad a la trayectoria musical que en su momento nos ofrecieron Agustín Lara,  Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, José Alfredo Jiménez y Antonio Aguilar, que constituyeron lo netamente popular de lo artístico mexicano. Popularidad que ningún político mexicano de nuestra época reciente ha podido alcanzar, salvo lo realizado a finales de los años treinta por el General Lázaro Cárdenas del Río. Juan José Olivares menciona: “Su discurso romántico llegó a todos los auditorios imaginables. A la gente le gustaba por su sencillez musical, acompañada de letras que juntaban ideas sobre el amor en todas sus vertientes”. Igual también dijo: “Juanga atraía porque encarnaba valores populares como la honestidad, la gratitud, la devoción y el amor, pero sobre todo representó la lucha contra los estigmas de la homosexualidad, guerra que libró por su don musical, por su don de gentes”. Asunto que molestó en su momento a la grey católica,  y a los intelectuales por el hecho de ocupar el recinto de Bellas Artes y el Auditorio Nacional en varias ocasiones.

Un asunto que llama la atención de este cantautor popular es su capacidad de creatividad e  y sensibilidad artística que no muchos podemos tener. Pese a no tener estudios universitarios, la música fue su único instrumento de comunicación con su gente. Esta cualidad le viene desde su infancia, de sus carencias sentimentales y económicas, pero sobre todo de la gente común, esa que le dio de comer y le quitó el hambre, como una vez mencionó. “Me contaban sus historias y yo no tenía otra manera de consolarlos más que con una pieza musical. Con mis canciones no resolvían sus problemas, pero sí les creaba un momento de desahogo, era mi manera de agradecer”. Ese era Juan Gabriel, un hombre que se debía a su gente y que murió cumpliéndole en un escenario, sabiéndose querido y  respetado. Aprendió de toda esa gente que “todos somos de todos y nadie somos de nadie”.

El autor de Noa-Noa, Amor eterno, Hasta que te conocí, Querida, No tengo dinero, Así fue, La muerte del palomo, entre otras, ya no estará más entre nosotros, pero nos deja infinidad de mensajes en sus canciones que seguirán vivas por muchas generaciones más. Cuando le rindió culto al Señor Sol, escribió su testamento para todos nosotros, él dijo: “Aprende a ser feliz cuando tienes la bendición de moverte, de sentir, de soñar, de ese milagro tan hermoso que es el despertar cada mañana. El secreto de la vida es estar alegre todos los días, agradecido, sobre todo si estas completo, si estás bien”. Sigamos escuchando su filosofía de vida en sus melodías, pongamos en práctica su legado para mantenernos felices siempre en esta vida. ¡¡Total, para qué tanto problema!!

sagare32@outlook.com

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