Especial

¡QUÉ INADMISIBLE DISPARATE!…

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                El Hidalguense Felipe Ángeles, estaba preparado para tomar el mando que le había asignado el presidente Madero.  Se la sabía de todas todas, no en balde estuvo becado en los Estados Unidos aprendiendo a menear eso de la artillería y las granadas. Sólo que se presentó un pequeño inconveniente: Las órdenes que giró el Presidente Madero a su ministro de guerra, para que el mandón fuera Don Jelipe, pos nomás no las acataron. El pretexto: una zoncera; don Felipe Ángeles era un Brigadier y el chacal ya era un Divisionario y se tenía que respetar el rango que ordenaba el ejército; Don Panchito, con esa explicación, pos ya quedó muy pero muy requete conforme.
                En esta posición, Don Jelipe ya no pudo actuar con eficacia, pero aun así permaneció al lado del presidente que ni a madres le llegaba el olor de la traición que se aderezaba, pues el cocinero Victoriano salía a platicar en lo oscurito con el pinche, sollastre, marmitón Félix Díaz. Madero creía en las instituciones, creía en el ejército y creía que iba a derruir a los sublevados… ¡oh!, ¡QUÉ INADMISIBLE DISPARATE!, ¡el principio del fin!.
                Los desaciertos de Don Pancho, se acumulaban cada día, al igual que los cadáveres en las calles aledañas al Zócalo y a la Ciudadela; la Ciudad de México, no había participado en ninguna contienda bélica desde los primeros rugidos de cañón, tres años antes. La gente estaba completamente desconcertada y los grupos oligárquicos que extrañaban a don Porfirio, no dudaron en encomendarse al “decentísimo e íntegro” embajador gringo san Henry Lane Wilson, para que terminara con esta pesadilla.
                Don Francisco, bajo los influjos del espiritismo, preguntaba a Huerta, por el día del golpe final a los inches sublevados que tenían la Ciudadela hecha un asco con el juego, la mota y el chupe; Huerta con su crucifijo en la mano, haciendo la señal de la cruz, le contestaba “─Le prometo señor presidente que para mañana, todo habrá terminado”.
                Don Gustavo A. Madero, en una acción muy delicada, se juega la vida al desarmar a Huerta, que con suficientes pruebas lo acusa de traidor. Con toda frialdad, Huerta saca su estampita de la Virgen y le reitera a Madero su lealtad y éste queda nuevamente convencido.
                Amigos esta histerieta debe continuar, no sin antes reprobar las cosas que pasan en nuestra patria.
                ¡Ánimo ingao…!
                Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz
                Dice el DJ que tiene cuerda para rato con las marchas.
                http://youtu.be/NWdB26F5wLQ

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