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REFLEXIONES DEL ATLETISMO

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ARS SCRIBENDI

Rafael Rojas Colorado

 

Desde mi perspectiva de como lo viví en mis años de corredor en los inicios de los años ochenta, les comparto algunas conductas.

Hoy que están en boga las carreras de fondo en la que participan centenares de deportistas con la ilusión de ganarse una medalla y poner a prueba su condición física, la evocación acercó a mi mente las competencias atléticas de antaño, las costumbres y conductas muy alejadas de la actualidad.

En aquel ayer se competía por amor a la camiseta, por orgullo, por enormes deseos de sobresalir, o tal vez por la rabia interna que exaltaba el coraje por lograr un objetivo, siempre estaba presente el profundo anhelo de ganarse un trofeo, de ver escrito su nombre en los periódicos, no cualquiera lograba ese derecho, fue la época de deporte amateur.

En los entrenamientos nadie acostumbraba a llevar agua, así se corriera a campo traviesa o en algún recinto deportivo, la sed se mitigaba hasta llegar a casa. El atleta vestía camiseta de tirantes, chort corto, tínes y zapatos tenis de marcas: Nike, Panam, Puma, Adidas, Converse. Los entrenamientos se tornaban en diarias competencias y se buscaba correr lo más rápido posible en los recorridos e imponerse al que iba al lado, para ganar respeto desde ese momento y llegar con más confianza a la competencia. Cuando se pasaba a despertar al compañero se hacía chiflando, tocando la puerta o gritando su nombre – los celulares no existían – los senderos, campos, cerros, montañas y ríos fueron más virginales y más verdes, además, el oxígeno mucho más bondadoso. Cuando algún novato se acercaba a recibir consejos de un atleta avanzado se le llamaba pupilo. Las competencias eran gratuitas y si en alguna cobraban no rebasaba los treinta pesos, accesibles para cualquier bolsillo y se premiaba con trofeos del primero hasta el tercer lugar, rara vez hasta el quinto, el Diploma lo era por participación. Las competencias reunían de cuarenta a sesenta competidores en promedio y uno evaluaba el compromiso, a veces se tornaba mejor el abstenerse a competir, porque en el jalón se quedaba uno y las burlas de los espectadores no faltaban. Se anhelaba salir en una fotografía, pues nadie las tomaba más que la prensa y se avocaban a los primeros lugares. En la postal se notaba un rostro que reflejaba determinación, delineado por el esfuerzo y el dolor que exigía la competencia. La sirena de la patrulla anunciaba que se estaba desarrollando una carrera y la gente apresuraba el paso para acercarse a presenciarla. Fue común escuchar las expresiones, le planché la ropa a fulano, le voy a planchar la ropa a perengano. Para ganarse un lugar en un equipo de relevos que regularmente competía en días señalados como el veinte de noviembre, se efectuaba un chequeo previo a la competencia, el atleta debería de correr en tres minutos o menos el kilómetro, imagínense.

Cuando se salía a competir en otras entidades, regularmente se solicitaba ayuda económica, se recurría a empresarios, comerciantes, municipio o algunas personas altruistas que gustaban apoyar a los atletas de escaso recursos. Si se ganaba un trofeo se donaba a la persona o institución que ofrendó el apoyo. Cuando se organizaban convivios o se coincidía en alguna fiesta, los únicos temas que se hablaban eran de carreras, no importa que se amaneciera. Cuando la amistad florecía, surgían los padrinos y los compadres. Claro, también disfrutamos de momentos bohemios.

Por aquellos años de los ochenta, en Coatepec, casi todos los corredores de fondo entrenábamos directa o indirectamente con programas estructurados por Antonio Villanueva Osorio, atleta mundialista y de Luis Hernández Morales, atleta olímpico. En fin, estas conductas pertenecieron al atleta de aquel ayer.

En la actualidad se organizan y promueven carreras masivas a cada momento, y la mayoría, parece que su objetivo es recorrer la ruta marcada por la convocatoria y disfrutar al máximo su participación, ignoro si el tiempo es importante para ellos, pero el verdadero atleta siempre correrá adelante.

 

 

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