RITUAL DEPORTIVO
RITUAL DEPORTIVO
Rafael Rojas Colorado
Para Inés García
Portilla
Al
despertar el alba Inés comenzó a trotar, pronto se vio cruzando las calles de
la ciudad, el tiempo transcurre, pero son las mismas que mecieron su cuna hace
algunos ayeres. Los recuerdos le acariciaron el alma acelerando los latidos de
su corazón, pero siguió adelante.
Encaminó
su paso hacia las altas montañas, así lo asignaba su programa de entrenamiento
para ese día, iba preparando la mente para conseguir su objetivo de esa mañana,
conquistar la cima de esa sucesión de cerros que la conducirían a la parte más
elevada de la serranía donde todo es verde por siempre verde. Sus anhelos e
ilusiones se fusionaban con el murmullo del río que serpenteaba a la vera del
camino. Cada vez la senda se tornó más difícil y las cuestas le exigieron su
máximo rendimiento, pero su juventud resplandecía e iba venciendo todos los
obstáculos que encontraba a su paso.
Poco
a poco se fue internando en la espesura del bosque, el aire le refrescaba la
tez y el sueño del pódium la impulsaba hacia la cima, nada la detendría, al
menos luchaba por ser mejor cada día, la gloria se conquista con el esfuerzo
del diario vivir, con el valor agregado que se tiene, esa es la ambrosía que
alimenta al espíritu humano y ella lo sabía.
La
montaña la recibía con agrado, le tendía un sinuoso camino aderezado con los
atributos del campo para que ella, con el esfuerzo y la determinación,
consagrara su ritual deportivo, primero vencerse a sí misma para lograr vencer
a la difícil cuesta y pisar el punto más elevado, a donde el sueño finaliza y
se puede rozar al cielo con el alma, esa es la pasión de una atleta como Inés.
Su
cuerpo y su mente en armonía como lo exigen las leyes del universo, el olor a
pino, cipreses, liquidámbar, encinos y cedros parecía inspirarla en la espesura
del bosque, ese perfume que despide el campo enternece el espíritu de quienes
se atreven a convivir con el vergel, allí, el silencio es el mejor confidente,
las palabras retornan en melancólico eco y el viento mece a placer todo el
follaje expresando su libertad, sus pasos se aferraban en ese terreno
escarpado, el chasquido de su respiración se refugiaba en las hojas de la
vegetación, el esfuerzo físico se acrecentaba, pero su fuerza interior la alentaba
a no desmayar y cumplir su objetivo con disciplina.
Cuando Inés llegó a la cima sonrió, la satisfacción la acompañaba, el entrenamiento de ese día había concluido. La montaña, en su lenguaje sin palabras, le señaló el singular paisaje que en la lejanía presumía su belleza; con esa muestra de gratitud recompensaba a la joven atleta por haber elegido esas verdosas entrañas para su preparación física. Inés experimentó en su ser la sensación de la alegría y la plena libertad en el seno de la naturaleza, estaba en paz consigo misma. Mañana será otro día.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx
