Daniel Badillo

Roberto Báez

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Daniel Badillo

Ayer cumpliste un año más de vida. De respirar el aire diáfano de Coatepec. Sublime maravilla natural que te vio nacer hace muchos años; tantos, que prefieres no recordar la fecha, ni el día, ni la hora. Roberto Báez es un hombre nacido en buena cuna, la de los hombres honestos, trabajadores, sinceros. Cuna extremadamente humilde, pero llena de valores que te diferencian de cientos y miles de hombres más. Aquí he dejado constancia en entregas anteriores, de los oficios de Roberto: panadero, boxeador, carpintero, albañil, artesano, pescador, políglota en el lenguaje de las aves. De esas aves que se acurrucan en su mano como hijos que se nutren de su amor y compañía. A Roberto debo, en mucho, lo que soy. Crecí en su hogar como muchos primos más a quienes la orfandad nos llevó a conocerle, a disfrutar su cariño de padre en circunstancias difíciles. Él, junto con Guadalupe, su eterna compañera, constituyen el mejor ejemplo de amor incondicional al prójimo. El tiempo ha teñido su cabello de blanco. Sus manos siguen creando maravillas como las jaulas de bambú que surcaron el mar hasta llegar a España, aunque de vez en vez tiemblan como si tuvieran frío. Sus ojos conservan la mirada de un niño y por la mañana su voz se confunde con la del clarín y los jilgueros. Se le ve cansado. Los años han hecho su parte. La diabetes ha cobrado una factura difícil de pagar. Se cuida. Lo cuidan entre todos quienes hoy tienen la dicha de vivir con él. Un diciembre estuvo a punto de partir anticipadamente. Los estragos de la enfermedad fueron atroces. Un milagro lo mantuvo con nosotros porque su voluntad es más fuerte que un roble.

 

Extraña caminar. Sentir el fresco de las madrugadas en busca de esas aves que le acompañarán hasta el final de sus días. Ya no sale. Su morada es su taller donde llegan a verlo los amigos de siempre. Es un hombre con una fe que, en verdad, mueve montañas. Abrió las puertas de su hogar a huérfanos, como yo, necesitados de consuelo. Jamás podré pagar la deuda con él. Vive de manera sencilla en su casita pequeña que está rumbo al panteón, en mi precioso Coatepec. Casita que salta a la vista por el canto de las aves a cuadras de distancia. Al fondo, el solar conserva el árbol que sembró hace algunos años con una de mis primas. Árbol que se yergue en medio del jardín que ha procurado con cariño sin igual. Cuando alguien lo visita, le enseña sus plantas y flores. Es una vereda pequeña pero al entrar uno se pierde en el espacio y el tiempo. El olor a chocolate que emana de las flores hace mágico el momento. Como mágico resulta conocer historias increíbles como la de las aves que ha rescatado de entre los muertos porque se cayeron de sus nidos, o porque fueron lastimadas por los gatos. Él y Guadalupe las curan, las alimentan y a los pocos días están de pie. Historias como aquella cuando la crisis económica apretó en el hogar y cierta tarde llegó una mujer vestida de blanco a comprar todas las aves. La mujer tocó la puerta y preguntó por los pájaros. Le permitieron entrar y una a una fue escogiendo las aves, sin preguntar el precio. Sacó de entre sus ropas un monedero, pagó y se retiró. Al percatarse que había pagado de más, salieron presurosos a buscarla y ya no estaba, se había esfumado.

 

¡Milagro!, exclamó Roberto aquella vez, ante el asombro de todos en casa porque la crisis había golpeado de tal forma que no había ni para comer. Me faltan palabras para definir a un hombre como él. Sencillo, entregado a su familia, generoso con quienes se acercan en busca de aliento. Gracias Roberto por tu tiempo, tu paciencia y tus consejos. Gracias también por apoyar a mi madre en los momentos difíciles. Gracias por tus enseñanzas que me servirán por siempre. Gracias por tu infinito amor por los demás. Gracias por llevarme a recorrer el monte, a escuchar el sonido del agua golpeando entre las piedras de los ríos cuando niño. A esperar pacientemente que atrapáramos las aves, mientras comíamos el bastimento que preparaba doña Lupe. Gracias a Dios por ti, por tu salud, por tu alegría, por tu vida. Que vivas muchos años más Roberto.

 

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