Se necesita liderazgo
Se necesita liderazgo
Por: Alejandro García Rueda
Es, para nuestros partidos políticos y sus
respectivas militancias, momento para una reflexión con la mira puesta en la
conformación de nuevos liderazgos, fundamentales para la nueva etapa electoral
que se avecina.
¿Sirve de algo que un político recurra a la
imagen del General Emiliano Zapata cuando desde su trinchera no se atreve a
impugnar el status quo? ¿Sirven los posts en redes sociales con
frases de Nelson Mandela cuando no se plantea una profunda transformación
social? La reflexión no va de recursos cosméticos, sino de una labor que
debería ejecutarse representando fiel y verdaderamente los intereses y demandas
de las clases populares.
¿Quién tomará la estafeta del liderazgo que se necesita
hoy? Sí, la dinámica actual es progresista y transformista, le hace frente a
una gestión regresiva y autoritaria, pero se ha dejado entrever que no hay
alguien que ofrezca calidad democrática y respeto al pluralismo existente.
Hay, eso sí, una fila interminable de gente
esperando conseguir ventaja en la pugna partidista, como los que únicamente
buscan fines corporativos o los que enarbolan banderas que nunca antes
defendieron, como la sororidad.
Lejos estamos de un liderazgo que pueda ser
interpretado como el adversario a vencer. No hay, por ahora, quien —con una
dinámica crítica— logre encarnar la expresión político-institucional de su
militancia como fuerza influyente.
No hay quien tome ese papel representativo y
simbólico y corrija ciertas limitaciones, deficiencias y errores. Solamente,
sin hacer el cuento más largo, cabe retomar algunas insuficiencias que tienen
trascendencia para el futuro inmediato:
¿Qué nos han ofrecido hasta ahora? Iniciativa
política y resiliencia, ¿Qué puede hacer la clase política para mejorar para
mejorar? Flexibilidad táctica, firmeza transformadora y perspicacia analítica.
La clase política está acostumbrada a
infravalorar el cultivo de relaciones con la sociedad cuando se instala en el
poder; se esconde en los trámites burocráticos como si tuviera pánico escénico
y poco o nada responde al clamor social. Lo que ignora es que, tarde o
temprano, en lugar de ganar votos se hará acreedora de vetos porque todo cae
por su propio peso.
La frase que reza que «amor con amor se
paga» es una realidad pues, si prevalece la acción discursiva y existe una
verdadera voluntad para construir dinámicas sociopolíticas, se edificará a la
postre una amplia articulación social en favor de causas muy específicas, como
sufragios a granel en las urnas.
Apostar por el aparato electoral de un partido
o por el soporte de la acción institucional es negarse la oportunidad de formar
parte del arraigo social; de ser quien encabece la activación popular y
construya vínculos con la amplia gama de sectores que conforman campo social.
Las desventajas de estas insuficiencias
alcanzan no solo a militantes o funcionarios públicos, tocan y afectan en mayor
o menor medida, a sus respectivos núcleos dirigentes en los niveles local y
estatal, así como a las maquinarias que pretendan echar a andar en plena guerra
electoral porque, sin quererlo, acotan el accionar de ésta.
El líder que se necesita sabe manejar un modelo
partido-movimiento porque es la resultante de un pensamiento crítico realista y
una deliberación colectiva profunda y sistemática. Atiende las tareas urgentes,
las que vienen de la comunidad, con voluntad política férrea durante su gestión
y no solo en la campaña porque sabe que su nombre y el de su partido están en
tela de juicio cada 24 horas. Es un hecho, hay que entregar buenas cuentas.
Bajo esta lógica, el perfil transformador de
este líder garantiza mayor cohesión política dentro de la diversidad y favorece
una mejor conexión con la ciudadanía crítica, sector que seguro definirá las
próximas elecciones.
De ahí, pasamos a lo relacionado con el
compromiso y la actitud. No hay actualmente un referente, ya sea real o
simbólico que vaya contra la hegemonía del partido en el poder. Hay, eso sí, un
cúmulo de perfiles personalistas en las que se utiliza la imagen propia como
punta de lanza de una propuesta política.
El liderazgo que se necesita tiene límites en
el uso de la imagen personal porque también abre paso a la coordinación grupal
y al atronador sonido de la voz coral. En ese sentido cabe precisar que no se
excluye al protagonismo representativo y mediático, siempre y cuando tenga
equilibrio, reconocimiento e incluso, contrapesos.
Estos aspectos a corregir y madurar son el
preámbulo para una nueva etapa en la que quien deseé hacerse cargo tendrá que
ser un verdadero agente de cambio, con nuevas bases de cooperación y caminando
de la mano con la fuerza de la ciudadanía.