Daniel Badillo

Semillas de girasol

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Daniel Badillo

 

Colgamos el pantalón, la camisa y el chaleco por última vez en el closet. Pudieron haber encogido o acaso Mario creció de repente. Lo cierto es que no los volverá a usar. Quedan las fotos del recuerdo. Sus maestras y maestros. Los árboles enormes que adornan esa escuela en la que aprendió a leer, sumar, multiplicar, y respetar a los demás. Seis años pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Veo el álbum de las fotos y noto el cambio en su rostro, en sus ojos, en su mirada. La primaria quedó atrás. Hace tres semanas la secundaria abrió sus puertas. De nuevo, el ajetreo, los útiles, los uniformes y zapatos nuevos, como nuevo es el itinerario ahora para llevarlo a clases y pasar por él. Lo noto serio, pensativo. Ya no es el niño que jugaba en el recreo o que comía semillas de girasol, que le ponían como merienda. Quiere ser ingeniero. Le encanta la tecnología, la robótica, la ciencia ficción. Quiere inventar cosas nuevas. El cambio es notorio. Yo no sé si es porque entra en la adolescencia o simplemente porque toma las cosas con más seriedad. En estos días he ido por él a la escuela. Paciente, lo espero en la entrada de la reja y veo cómo, uno a uno, salen los demás hasta que a lo lejos aparece su rostro que se ilumina al verme, como si regresara de un viaje por el mundo, en el hangar de un aeropuerto. Lentamente se ha ido acostumbrando a esta nueva etapa: más maestros, más libros, más tareas. Las semillas de girasol ya no son suficientes para saciar el apetito entre clase y clase. Está creciendo y va cambiando su forma de pensar y de ver las cosas. Es amable con los demás y respetuoso con sus mayores. En la primaria era inquieto, pero este cambio de ritmo ha serenado su ánimo. Deseo lo mejor para él y para Josué. Como aquí lo escribí alguna vez, uno se preocupa por su futuro, por su salud, por los riesgos que siempre habrá conforme crecen, pero debo confiar en Dios. La agenda también cambió para su mamá. Ahora debe salir de casa mucho más temprano para evitar que cierren la reja. Disfruto, como nunca, ir a la escuela por Mario. Durante el camino pienso en él, en mí, en todos. Somos una familia pequeña. Con problemas como cualquier otra. Pero unidos. Las semillas de girasol ahora son para nosotros porque nos recuerdan una infancia que, poco a poco, se desvanece en el tiempo.

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POSDATA

Soy orgullosamente egresado de la Universidad Veracruzana, de cuya Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación me gradué en 1997. A la universidad le debo prácticamente todo lo que soy. En sus aulas aprendí infinidad de conocimientos, pero también sobre los valores humanos. Hoy la universidad necesita de todos. El sistema de educación pública superior en el país, atraviesa por una crisis que se refleja en sus finanzas. La situación no es privativa de Veracruz sino de prácticamente todas las instituciones de educación superior en México. Reconozco la valentía de la Rectora de la Máxima Casa de Estudios, Sara Ladrón de Guevara, al afrontar con estoicismo la circunstancia que se presenta actualmente en la universidad. Como egresado me solidarizo con sus directivos, con sus alumnos, con su personal administrativo, con sus investigadores, académicos y artistas. La universidad pública es y debe seguir siendo semillero de intelectuales, deportistas, músicos, artistas, abogados, ingenieros, médicos y profesionistas comprometidos con la sociedad. Sara Ladrón de Guevara ha asumido una postura institucional que dignifica a la universidad que representa, pero que nos obliga a quienes hemos egresado de sus aulas, a voltear hacia nuestra Alma Mater para ofrecer lo que tengamos al alcance. En casi 71 años de existencia, miles y miles de mujeres y hombres han egresado de sus campus. Se trata de una institución con raíces en todo el estado, y con presencia en todo el mundo donde se reconoce su calidad humanística, artística y técnica. El llamado a los egresados de sus aulas, es a solidarizarnos con la institución, respaldar el esfuerzo cotidiano que realizan sus autoridades y aportar cuanto podamos para atemperar, aunque sea un poco, la situación en que se encuentra.

 

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