TEMA LIBRE
Lo bueno de mi fútbol
Miguel Ángel Rodríguez Todd
El fútbol, deporte y espectáculo que arrastra masas y enciende pasiones, fenómeno social que ha sido y será motivo de análisis por parte de los especialistas en la materia; amado por muchos, denostado por otros tantos. Usado muchas veces, emulando a Nerón, de circo, maroma y teatro para apaciguar y envilecer aún más a las masas; prostituido otras veces en forma descarada por auténticos mercenarios y muchas otras veces usado para manipular a la población a través de los medios de comunicación.
En mi infancia fui presa fácil de ese deporte y llegué a practicarlo por varios años. Lo importante de todo esto fueron las enseñanzas, que sólo con su práctica, adquirí. Por principio, aprendí que, como todo en la vida, solo con labor de equipo se gana una contienda. Ni Maradona, en su épico mundial de 1986, ganó, estrictamente hablando, por sí mismo y en forma absoluta, el campeonato. Todos, en mayor o menor grado, al trabajar en equipo, somos necesarios. Recuerdo aquí una fábula que narra un incendio en la selva. Todos los animales del vergel se organizaron para sofocar el fuego; el elefante recargaba con agua del río, una y otra vez, su gran trompa para, posteriormente, arrojarla sobre las llamas. Igual hacía el pequeño colibrí, que incansable revoloteaba para recargar infinidad de veces su pequeño pico con una gota de agua y regresar a las llamas a arrojarla sin aparente efecto. Todo eso ocurría a la vista del mono que, con un coco partido a la mitad, usado a manera de jícara, contribuía risueño y burlón a sofocar el incendio. La casi imperceptible sonrisa del mono se fue transformando en sonora carcajada hasta que, ante la suma de litros y litros de agua arrojada por todos los animales de la selva sobre el fuego que consumía por igual árboles, hierbas, plantas y pastos, llegó la gota final, arrojada por el pequeño colibrí que acabó con las voraces flamas. Así, el mono comprendió que la labor de todos es igualmente importante cuando se unen para alcanzar un fin.
El fútbol, también aprendí, no es elitista ni discriminatorio. En una cancha convergíamos pobres y ricos, gordos y flacos, blancos y morenos, chaparros y altos… basta querer patear un balón y listo. Es altamente gratificante percatarse que, en esas divergencias, se crean profundos vínculos afectivos que perduran por siempre. Me detengo ahora para hacer un pequeño homenaje a dos amigos, que con sus ejemplos, dejaron profunda huella en mí.
El primero de ellos, en paz descanse, Jorge Martínez. Murió adolescente. Desde infante dio muestras de ser un líder nato. Supo aglutinar a un grupo de niños talentosos (excepto uno) para jugar al fútbol. Todos al llamado de Jorge, acudíamos a jugar, campeonato tras campeonato, sintiéndose cada quien con los derechos de ser titular. Para él eso no era un problema, era una ventaja. Él sabía armonizar al grupo, acomodar a cada quien en el lugar preciso y, para poner el ejemplo, a pesar de tener méritos de sobra para estar en el once titular, decidía paciente, calentar la banca y esperar, hasta alegremente, el momento de ingresar a la cancha. Los resultados fueron evidentes, la constante fue ser campeones. Curiosamente, más miembros de ese añorado equipo, en plena juventud, murieron posteriormente. A veces pienso que el fallecimiento de Canelo, Fello y Jorge Lomelí (dicho con cariño y no peyorativamente) fue bien aceptado por ellos mismos, entre otras cosas, para seguir siendo liderados y organizados, en un ambiente de camaradería y cordialidad, por Jorge Martínez.
Recuerdo también que en esa misma época, un día, después de un extenuante entrenamiento en la cancha del IMSS, recién empezábamos a subir, agotados y sedientos, las interminables (así nos parecían) escalinatas para llegar a la Av. Juárez cuando, intempestivamente, un compañero de equipo empezó a correr ante el extrañamiento de los demás. Su apresurado paso fue para auxiliar a un joven que, con mucha dificultad, sostenía a un señor de edad avanzada, que sucio y con abundante sangrado, intentaba llegar a la clínica para ser atendido por los médicos. Este señor acababa de cortarse la pierna, con afilado machete, mientras segaba caña. Nuestro amigo se acercó a ellos y, sin pensarlo, cargó, con el apoyo del joven, al anciano que se desangraba y no volvió con nosotros, sino hasta tener la certeza del anciano atendido en el área de urgencias. Al regresar con nosotros su vestimenta deportiva lucía bañada en sangre y más sucia aún, pero su rostro esbozaba felicidad y emanaba pureza. Esa ha sido una de las más certeras e impactantes definiciones, ejemplificada en los hechos y sin palabras huecas, que me han dado de la caridad. Gracias, Gerardo Pérez Barba, por tu ejemplo que nunca se borra y que siempre es digno de imitar.
Mucho espero que en lo cotidiano de nuestro andar, seamos capaces de descubrir en nuestros semejantes buenos ejemplos, que inspiren en nosotros el deseo de ser mejores seres humanos, en beneficio final de quienes nos rodean. Mucho me gustaría.