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Travesías del rostro

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Travesías del rostro

Por Yuzzel Alcántara

No hubo nunca manera más libre de usar el rostro que detrás de una máscara. Tampoco hay manera más libre para representarlo que a través de una caricatura. Viejos placeres del cuerpo y del humor hoy en jaque.

Ocultarse detrás de una máscara para ser iguales mientras dure la fiesta o el ritual. Ocultarse para ser posibles otros, libres de las camisas de fuerza que nos exigimos para vivir en sociedad. Tan sólo una máscara para vivirnos afuera de nosotros. Tan sólo una máscara para vivirnos como si estuviéramos de verdad siendo desde adentro sólo nosotros. Un placer que sobrevive en algunos pueblos, en la lucha libre y en algunas fiestas.

Y la caricatura algo similar. La deformación de ciertos rasgos del rostro siendo usada como vía de denuncia social, de hilaridad, de humor y burla. Una forma de escapar a los patrones de belleza que imponen las modas. Una oportunidad para exhibir el rostro ajeno.

Ambas revelan al yo: el verdadero yo (o el verdadero tú).

Pero de un tiempo a acá, nuestros rostros se encuentran en jaque, sitiados por tecnologías que intentan medirlo, estandarizarlo, unificarlo, calificarlo y privarlo de su expresión genuina. Las hay de reconocimiento facial: convierten nuestro rostro en una suerte de archivo digital que puede ser vendido, replicado, videovigilado y usado para cruzarlo con otras bases de datos. Luego están las famosas selfies que han convertido nuestro rostro en objeto: un objeto de consumo y de deseo. Los unos pasan las horas consumiendo los rostros de los otros, otros pasan las horas estandarizando la expresión de sus rostros en poses de moda que terminan fotografiando. Y de la caricatura hemos pasado al patetismo digital de los filtros y apps que utilizamos para deformar ojos, bocas, narices, brillo, color de piel, ya no para liberarlo del molde de belleza hegemónico sino para encuadrarlo exactamente dentro de éste.

Las expresiones del rostro humano despojadas de su pluralidad. Y nosotros volviéndonos único rostro, sólo uno: ese único que puede circular en redes y ser motivo de likes. 

Si las máscaras liberaban, el rostro digital filtrado nos esclaviza al mercado: un mercado de rostros en el que cada humano se vende a sí mismo y para volverse un mejor producto necesita ofrecer más. Más “juventud”, más “felicidad”, más “belleza”, más “perfección”, más… más… ideales que van agotando su autoestima y autoconfianza.

Y la pandemia explotará mucho más este mercado. Pronto, las bocas serán privilegio doméstico, serán vistas sólo en casa. Nuestra expresión afuera tendrá un signo de pesos y tendrá marca.

Al inicio eran simples y con un aire de hospital, blancos o azules pero iguales. A pocos meses ya los hay decorados, con perlas, con olores a lavanda, con puntitos brillosos, con barba… . Pronto, atestiguaremos el surgimiento de un nuevo filtro para el rostro, uno de tipo material que las empresas monetizarán. Nos taparán la boca al mismo tiempo que destaparán esa actitud nuestra de volvernos objetos de venta. Pronto, iniciarán sus campañas de mercadotecnia, haciéndonos creer que tal tapabocas nos hace parecer tal tipo de persona, que este otro nos hace vernos mejor, que hablan sobre nosotros con las frases deseadas, mejor aún que aquellas que podíamos pronunciar sin. Los he visto ya con hocicos de conejo y oso, con mandíbulas de calaca, estampados con mensajes de odio, y no tardando los famosos nos hablarán a través de los logos de las empresas que los contraten. 

Lo que veo es que nuestra expresión, afuera, será ahora asunto de diseño. Diseño hecho por otros que luego nos venderán para hacernos sentir lo que ellos quieren que sintamos –que ya casi parecemos tal, que ya casi somos tal, que ya casi… pero nos falta y hay que seguir consumiendo (les). Ya no basta con que traigamos cargando día y noche su marca en cualquier parte del cuerpo. Ahora dejaremos que se apropien de las bocas. En pocas palabras: nuestra boca será la expresión que el mercado quiera que sea. Nuestra expresión será suya. 

La que él mande.