UN MILAGRO
UN MILAGRO
Coatepec y su región son
pueblos en donde abundan las historias, anécdotas y leyendas. Los antepasados
fueron testigos de estos sucesos que los impresionaron, o simplemente se los
contaron e hicieron lo mismo con su difusión verbal que todavía se mantiene
viva, estas pláticas de los mayores de antaño no dejan de despertar la
curiosidad y cierto temor al escucharlas, aunque la gente actual ya no las toma
con seriedad, pero forman parte de la cultura de estos lugares.
La breve historia que vas a
leer me la contó un buen amigo de un pueblito cercano a Coatepec, fue una
mañana de invierno, estábamos en uno de los muchos cafés que están esparcidos
en la ciudad. Cada sorbo entibiaba el cuerpo y animaba la plática que cada instante
se tornaba más interesante. Los temas abundaban y la camaradería se
entrelazaba, las emociones se hacían presentes, mientras muchos transeúntes
pasaban frente a la cafetería, cada cual se dirigían a su destino.
Recuerdo que la segunda taza
la ordené con doble carga, algo le hacía falta a mi cuerpo para esa charla de
amigos en las que fluían diversos temas y algunos chistes. No recuerdo como
sucedió, pero de pronto algo perturbo la charla normal y salió a relucir la
personalidad del carismático sacerdote Juan Manuel Martín del Campo, párroco
del templo de san Jerónimo. Fueron muchas cosas las que recordamos acerca de
él. Una vez un borracho lo golpeó con la moruna, pero el padre Martín lo
perdonó mostrando mucha humildad, corazón noble y misericordioso. También
recordamos que salió parte de su biografía en una revista llamada “Vidas
Ejemplares” que circulaba por esos días a principios de los años sesenta. En lo
personal le narré que ofició la misa de mi primera comunión, pero por adversas
circunstancias que sucedieron durante la ceremonia, no me dio la hostia. Le
afirmé que a estas alturas lo lamento, pues la primera eucaristía que recibiría
sería de las manos y la bendición de un Beato que seguro llegará a santo.
Mi apreciado amigo expresó, doña Justina, una persona de
mi familia política, le tenían mucha veneración al sacerdote que todos
llamaban, Padre Martín. Cierto día un muchacho de nombre Celestino, de buena
edad, tuvo un problema con una persona llamada Matías, no explicó que tipo de
dificultad, pero sí que el otro hombre no era de buenos sentimientos, pues lo
sentenció a morir en cuanto lo encontrara frente a frente. Doña Justina, al
recibir esa confesión de Celestino que ya temblaba de miedo, le recomendó que
le pidiese protección espiritual al Padre Martín del Campo. Es probable que por
el miedo cada noche y a todo momento le pedía piedad en sus oraciones a ese
hombre de gran espiritualidad que era el Presbítero Juan Manuel Martín del
Campo. Celestino lo hacía con tanta fe
que el temor fue desapareciendo de su cuerpo, se comenzó a sentir mucho más
seguro y empezó a salir a cumplir sus responsabilidades.
El rival buscó a otros cómplices, pues deseaba acabar con
aquel muchacho a toda costa y no quería fallar. Cierto día cuando ya comenzaba
a pardear la tarde, el muchacho vino a un compromiso a San Marcos de León,
municipio de Xico. Quien lo andaba acechando se enteró y planeó una emboscada
por la calle que estaba seguro que pasaría. El joven arribo a San Marcos y se
dirigió a la dirección que buscaba, a lo lejos él mafioso distinguió la silueta
de Celedonio, el con sus acompañantes, les dijo que lo atacaría primero con el
puñal y que ellos lo remataran con los cuchillos y a patadas, así era el odio
que le tenía que deseaba privarlo de la vida destrozando aquel cuerpo que al
parecer nada debía como para recibir letal castigo. Ese día por la mañana,
Celestino visitó al padre Martín en su parroquia, le contó su problema y el
miedo que sentía, pues no deseaba perder la vida. El padre Martín lo persignó y
le dijo que no temiera nada, pues en realidad nada debía y que Cristo lo
protegería en todo momento, sin duda alguna. Con esas palabras lo fortaleció,
Los minutos avanzaban lentos, muy lentos, pero los
asesinos tenían en la mano los puñales, cada vez Celestino se acercaba más y
más. De pronto sucedió algo que no daban crédito, en un parpadear de ojos
vieron que aquel muchacho lo acompañaba un hombre con sotana negra y su
tradicional roquete, al acercarse comprobaron que se trataba del Padre Martín,
lo conocían muy bien, venían ambos en amena plática. Los malosos guardaron los
puñales para no despertar sospecha, al pasar frente a ellos se inclinaron y se
persignaron. Cerraron los ojos, luego al abrirlos se vieron en silencio unos a
otros, voltearon a la izquierda y comprobaron que solamente iba caminando el
joven al que querían matar, pero no lo siguieron, optaron por dejar todo por la
paz para siempre.
Al día siguiente él joven Celestino le platicó a la
señora que pasó junto a sus rivales y que solo lo saludaron amablemente.
Contestó doña Enedina, alégrate muchacho, ese padre es un santo y te hizo un
milagro, Celestino se hizo devoto del padre Martín.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx