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Veneno para la sed

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Veneno para la sed

 

Por Yuzzel Alcántara

 

Hay vidas que comienzan cada día sin sol. Hay vidas que cada día lo viven bajo el sol. Y hay vidas que regresan a sus casas hasta que el sol se metió. No son vidas diferentes, se trata de una misma que transcurre sin, bajo y hasta que se apaga la luz del día.

 

Desde el 10 mayo del año en curso, en municipios de Puebla, Jalisco y Yucatán comenzaron a llegar a los hospitales hombres de varias edades que repentinamente habían perdido la vista, padecían diarreas, vómitos, dolores de cabeza, asfixia, vértigo y convulsiones. La mayoría de ellos eran campesinos y regresaban a sus casas después de una larga faena en el campo. Y para aliviar la sed y el agotamiento exorbitantes, bebieron aguardiente, ese que sí pueden comprar porque se vende a 25 pesos un medio litro. Pero la bebida estaba adulterada, tenía una gran concentración de metanol, químico que usamos como anticongelante para vehículos o disolvente industrial. Este mismo químico fue el que bajó por sus gargantas, y al paso de unas horas apareció el tormentoso cuadro sintomático de una intoxicación, y después, la muerte. En el mejor de los casos, la ceguera o la terapia intensiva. 

Desde luego no se trata de ninguna casualidad, sino de una maniobra intencionada que tiene nombre(s). Mas como suele pasar a menudo, los funcionarios y algunos medios de comunicación confunden su radar y señalan culpas en donde no las hay. Los responsables no son los dueños de las tienditas en donde se vende la bebida adulterada. Ellos no son los criminales, los criminales son quienes la produjeron. Y no. Tampoco los hombres muertos son culpables de su propia muerte –porque no murieron por “alcohólicos” o “borrachos” como lo dicen los noticieros. Ellos beben alcohol como quien bebe vino o bebe cerveza. Y lo hacen porque aligera lo pesado de su trabajo y no por diversión como quien bebe vino o bebe cerveza. Y los bebedores de vino o cerveza no son unos borrachos. Así que no. Beber aguardiente tampoco significa ser borracho. 

Hay vidas que se apagaron como el sol que las esperaba lo hace a diario. Hay días que se habrán quedado sin estas vidas. Hay tierras que se quedaron huérfanas, sin aquellos seres indispensables en quienes aún yace la cordura y saben que la tierra también se cansa, y por eso la tratan con cariño, y le hablan, y la apapachan, y jamás se han sentido dueños de ella porque se saben sus hijos. Hay familias que se quedaron con un hueco profundo. Sin lo que el padre conseguía con su cosecha, nacerá en sus estómagos el hueco del hambre que succionará el aire entre la piel y los huesos. Y ese hueco se hará más hondo porque el duelo asfixiará de tristeza sus vísceras replegadas por el dolor. Y este hueco cada vez más y más profundo amenazará con perforar sus espaldas al ser rociado con la mezcla letal de impotencia y rabia, porque seguramente la muerte de su familiar será una muerte más que quedará en la impunidad.

La prensa y los médicos le llaman intoxicación. Lo que he descrito, me enseñaron, se llama envenenamiento. Podríamos decir que son muertes por envenenamiento. Pero no. Tampoco se trata de muertes. Ellos no están muriendo por causas naturales. Lo que veo, son, por lo menos, asesinatos. O no son asesinatos, cuando hay una serie de muertes sistemáticas, planeadas y deliberadas, me enseñaron, se llama genocidio.

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