Especial

Viernes

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Juan A. Morales.

 

Llega densa la niebla y queda suspendida, mientras la luz de un farol la diluye en el empedrado, las hogueras vivas, chisporrotean, hacen silbos con la resina y funde el humo con la bruma que llega tibia al Portal de Taboada, donde espero ver a mi amor prohibido. Es viernes de cuaresma y el Calvario está abarrotado de beatas. Toda la semana pensé cómo acercármele, qué decirle, cómo llamar su atención, pero mal haya el diablo, olvidé todo. Ya veo a doña Dolores Burgos viuda de Pedernal y tras ella menudita, como muñequita, viene Lolita con su mantilla blanca y clavel en el cabello, son tan iguales que parecen hermanas. En eso, me invade el miedo de que no me reconozca vestido de paisano, porque siempre me ha visto con el overol de mezclilla del Internado.

 

Hace cuatro meses la encontré en el mercado con su canasta repleta de frutas y verdura, ofrecí ayudarle, la acompañé al taxi y me premió con una manzana que me prendó de ella. Ahora cada que puedo paso por su casa y me hace feliz que sonría o abanique su mano. Su pretendiente es rico, poderoso y pendenciero, mientras yo, un enclenque aprendiz de poeta no puedo compararme con él, porque apenas estudio el sexto grado, en el Internado que corrige chamacos malcriados, donde mi compañero es el Gato, hijo de doña Dolores y hermano de Lolita, quien ya estudia secundaria, por eso no quiero que él descubra mis sentimientos.

 

Mientras está cerrada la Taberna trabajo en ella los fines de semana, friego el piso, relleno las hieleras de cerveza, lavo trastos y limpio mesas, pero aquel domingo 14 de diciembre de 1969, me apuré para salir temprano y fui a la casa del Gato para ayudarle con la tarea. Lolita preparó ponche y doña Dolores sirvió unas enchiladas de salsa martajada que me provocó un zumbido en los oídos y hasta me rodó una lágrima bien salada de vergüenza. La abuela Cata, que en todo está, me veía molesta, y vaya suerte, hasta el perro me olisqueaba receloso. Después de comer hicimos la tarea y por la tarde Lolita hizo palomitas de maíz y nos sentamos a ver la televisión. La abuela roncaba en su mecedora y en el sofá: Gato, Lolita, yo y doña Dolores gozábamos en el canal 5 del comercial de “Cuqui la Ratita”, del Teatro Fantástico de Cachirulo, ese mismo día inició la trasmisión “Siempre en Domingo” por el Canal 4, pero no lo vimos porque regresamos al Internado antes de las ocho.

 

Como esa noche no pude dormir, contemplé la niebla colarse por las ventilas y luché por concentrarme, hasta que los aromas y sabores de esa cocina se mezclaron en mis sueños, con imágenes confusas y mutables, pero sus ojos de trigal en primavera repetían lo que jamás diría su boca: “Te quiero”. Como en esos días purgaba un arresto, me levanté antes de la “Diana” e inicié el aseo de los sanitarios y para cuando tocaron “Levante” casi terminaba y canté feliz en la jabonadura helada “La conocí un domingo, hablamos de pasión, le pregunté su nombre y muchas cosas más…”. El temible Prefecto pasó revista de fajina, vio terminado el trabajo y evité los baquetazos en las pantorrillas, por fin pude mentársela, con la mente, claro.

 

En el Portal de Taboada la niebla vive feliz, quizá por el bullicio cuaresmal de los chiquillos que se arremolinan, o por los hombres que al son del albur rodean las hogueras, quizá sea por las mujeres que salen del templo y se desparraman entre los tenderetes, en todo caso estoy feliz porque ya veo que Doña Dolores y Lolita se dirigen a un puesto iluminado con quinqués, seguramente a comprar golosinas, entonces salgo de mi escondrijo y siento un golpe seco en la espalda, volteo sólo para enfrentar los ojos del Gato que se burla —¿Espías a mi hermana?—, me jala hacia ellas y entre risotadas anuncia —¡Le gusta la Lola!— ella se ruboriza, disimula y cuando vuelve la calma, una me ofrece un elote hervido, la otra uno asado, una me da un cucurucho de cacahuates, la otra un muégano y gracias al cobijo de la niebla atrapo su dedo y por tres segundos reconozco la gloria.

 

El tiempo vuela y mientras las personas compran atole, café con canela, tamales, garnachas o buñuelos, se arremolinan en las hogueras para platicar sus cosas y escuchamos repentina la gritería de chamacos que corren porque viene el Torito, repleto de cohetes de varilla, chilladores y busca pies. El “Gato” incita a correr a Lolita y va tras ella con una bengala que chisporrotea colores pero no explota, y como tengo fama de leído, escribido y cobarde, me mantengo a salvo en el Portal, pero nos llega un buscapiés que provoca la desbandada de las beatas.

 

Para protegerme me jala doña Dolores hacia la oscuridad, la abrazó pero me frena enérgica y con una endemoniada velocidad besa mis comisuras y me ve divertida —Sepa, el señorcito, que no estoy disponible—, quiero argumentar porque en eso soy bueno, hasta gané un concurso de oratoria, pero ella coloca su dedo en mis labios —¡No nací ayer!—, está feliz, su mirada me dice cosas, aunque no sé qué ronda su cabeza porque me separa con brusquedad y señala a sus hijos que llegan corriendo —¿Crees, Ernesto?, quiere a Lolita—, la chica azorada suplica con la mirada porque tiene enamorado. —¿Y?— objeta enojado Ernesto, —¡Tú eres el hombre de la casa!—. Mi amigo me jala y las mujeres se nos acercan para escuchar —¿Con, o sin novio?— pregunta burlón, es mi derrota —Dijo mi madre que llegue temprano— excuso como despedida. Un cohete alcanza el cielo para dibujar una sombrilla de colores y el chipichipi arrecia para disimular mi llanto y me prometo crecer para buscarla, aunque sea la madre de mi amigo.

(Canción: Celia. Disco “Para Ellas”. Leo Dan, Argentina, 1966).

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