Editorial

Adultos mayores enfilados

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Por “El Apá”

Son las 7 de la mañana las calles de Coatepec lucen vacías, me dirijo a las oficinas de Telégrafos a cobrar el apoyo federal, al llegar a la esquina de Hernández y Hernández con Miguel Rebolledo en la fila ya había cerca de cuarenta personas. Rostros cansados, manos ajadas todavía fuertes aguardaban a las puertas de la oficina. Formados sin sana distancia con la esperanza de comprar alguna medicina, tal vez completar los víveres aguardaban callados.

Los conocidos nos saludábamos a la distancia, un ademán acompañado de un gesto amable fue el inicio de la espera de siete horas. El entusiasmo era mayor que otras veces porque duplicaron el pago correspondiente a los meses de marzo, abril, mayo y junio. Cinco mil doscientos cuarenta pesos, toda una fortuna para unos, para otros no tanto.

Dieron las 8, sonaron las campanas, abrieron la oficina, hasta ese momento solo avanzó el reloj. La fila se hizo adulta eran dos cuadras, media manzana de ojos tristes y cabello plateados, algunos se apoyaban en bastón otros en andaderas, hubo quien llevara su banquito y no faltó la silla de ruedas. ¿Quién de ellos tiene preferencia?

Llegan caminando, en taxis, solos o acompañados. Los murmullos en la fila eran escasos. Eso sí, su mayoría acariciaba su teléfono simulando un diálogo con la soledad. Es tal la ilusión que olvidan el riesgo del contagio. Don Juan llegó, saludó con la mirada miró su reloj y con su ojo clínico contabilizó el tiempo que duraría formado, movió la cabeza e hizo la graciosa huida pensando que tal vez mañana tenga más suerte.

Y dieron las nueve horas. Empleados de Bienestar Coatepec portando su chaleco caqui con el lema: “Siervo de la Nación”, arribaron al lugar como cada dos meses hombres y mujeres que conocen el protocolo reparten gel antibacterial y solicitan guardar sana distancia. Los beneficiados rejegos fruncen el ceño, no quieren alejarse del acceso, una voz femenil se escucha: “si no toman distancia se cancela la entrega del recurso”, ante la amenaza la fila se alarga hasta tres cuadras.

Y como canta Joaquín Sabina en su canción y dieron las diez, nadie avanzaba, nadie se movía, el sol ya calaba. Llegó más gel para humectar la esperanza y el mal humor crecía. Tos y estornudos también estuvieron en la fila, pero nadie les dijo: “Salud”, así se vive la entrega de apoyos a los viejitos, son parte del riesgo, a pesar de ser un grupo de alto riesgo para el Covid-19, el protocolo no cambia, no se transforma en tiempos de contingencia. Son tiempos de la 4T.

Y dieron las once, apenas había llegado el dinero, entraron los primeros, se escucharon suspiros en señal de “ya era hora”.

Y dieron las doce y la una, por fin entré a la oficina, nueva fila, nueva espera y al fondo, una voz que espanta, se escucha: “él que sigue”. Más gel, más distancia cuando se acercan a la ventanilla. Tan cerca y tan lejos. La gente aprieta sus dedos, no por la prisa sino implorando que no le falte ningún documento o se acabe el dinero, y regrese como llegó, sin nada….  No sé si rezar o llorar, al volver la vista atrás y observar cuando se juntan la necesidad y la pobreza. Caldo de cultivo, para el clientísmo político, en nombre de la justicia social. Que pronto estará plasmado en la Artículo 4º. Constitucional y su aplanadora morenista.

Por fin, mi turno, “el que sigue”, la voz dura no corresponde a la figura de mujer bien arreglada detrás del mostrador, la imagen es como esas señoras bonitas que, por guapas, nadie se acerca. Regreso a casa pensando ¿cuántas historias, cuántos saberes habrá en esos cuerpos cansados? No sé, mejor me apuro que debo pagar la luz, el gas y el préstamo. Que no haya fila en el banco.

 

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