AÑO VIEJO
AÑO VIEJO
Rafael Rojas Colorado de mi libro: “Relatos
Navideños”
Soy el último día del mes de diciembre, el
último del año; el calendario me reservó este espacio. No sé exactamente por
qué, pero mucha gente me espera con alegría, ignoran que en mí está presente la
tristeza; no es para menos, cada hora, cada minuto, cada segundo, cada instante
inevitablemente voy feneciendo.
En mi agonía no descubro alguna lágrima, ningún
consuelo, menos una oración. Me parece percibir que los seres humanos desean que
mi vida se extinga rápidamente. De todas direcciones la velocidad del sonido
acerca la música de ese familiar estribillo que reza: “Una limosna para este
pobre viejo, que ha dejado hijos para el año nuevo…”. Desde temprana hora esos
grupos en los que uno de sus integrantes me representa como a un viejo al que
se le ve bailar encorvado, causando gracia a los curiosos que lo vitorean,
recorren las calles hasta el anochecer. El viejo lleva un bote en la mano para
almacenar las monedas que la gente tenga a bien regalarle, tal vez un aguinaldo
o, como dice aquel estribillo, una limosna.
A lo largo de mi devenir, hacia el ocaso, me
tomo un instante, es decir, tomo algo de mí, de mi propio tiempo, porque tiempo
soy, para reflexionar un poco respecto a estos grupos que intentan
representarme como a un viejo: imagino que las emociones que afloran al bailar
exhiben la frustración, los planes y proyectos no consumados, la nostalgia por
no disfrutar los momentos felices y, en cambio, haber dado sitio al egoísmo, a
la prisa, a la indiferencia, a lo material, entre tantas otras cosas;
simplemente se olvidaron, creo, de que en la simplicidad de la vida cotidiana
se descubren aquellos detalles que estremecen al hombre y lo hacen sentir que
está vivo. “El tiempo sigue transcurriendo”, dirá la gente, yo transcurro, y
mientras esto sucede mi existencia se apaga, queda poco de mí, y eso poco,
escaso, lo dispongo para asomarme a los preparativos de la gente. Muchos ya
están preparando su balance, deben apresurarse porque la recta final se acerca;
soy testigo de cómo piden perdón y juran no volver a incurrir en los mismos
errores, dicen que el año nuevo será luminoso para ellos. A pesar de mi dolor y
sufrimiento me causan lastima: yo ya voy a morir y puedo arrepentirme, por
ejemplo, de no haber sido más paciente o más líquido, hasta puedo proponerme
ofrendar la mejor noche del año, la más estrellada, pero a esos pobres seres
les queda mucha vida por delante, muchas promesas que romper, muchos sueños
frustrados.
La ciudad, los comercios y los hogares exhiben
tristemente la resaca de la Navidad, son los mismos adornos, las mismas
palabras y deseos que utilizaron en días pasados; aún no han sido lo
suficientemente inspirados para inventar algo diferente y despedirme
dignamente. ¿Será que en el fondo me desprecian? Yo no tengo la culpa de su
suerte; bueno, ya llegará la medianoche y, con ella, el nuevo día, cada vez veo
más cerca mi final. Créanme que la agonía no tiene nada de agradable, me
gustaría vivir más, pero la naturaleza me limitó y qué puedo hacer sino aceptar
su voluntad.
Ya casi no visualizo nada, apenas distingo las
siluetas de las personas que están reunidas en sus hogares dispuestas a
festejar el año que comienza; yo ya no les importo, tan sólo soy un viejo.
Ahora sí, en tan sólo unos instantes mis achaques habrán terminado. Frente a mí
se está agigantando una sombra, es muy oscura y se eleva como una montaña.
Las familias ya están brindando, sí, débilmente
escucho el sonido del choque de las copas con champaña. Todo es alegría y
felicidad. En este último instante que me queda, lo último de mí, agradezco a
la vida por haber sido parte de ella y, aunque efímera fue mi existencia,
participé de todo a la vez, como dijo un poeta, del arbusto y del ave, del niño
y del viejo, y hasta de un mudo pez en el mar.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx