Ars Scribendi

CAMBIO DE DOMICILIO

Comparte

 

Por Rafael Rojas Colorado

 

7ª. Parte

            En las orillas del pueblo se vivenciaban escenas poco agradables que sucedían con mucha frecuencia, pero que en la niñez no se comprende con facilidad el sufrimiento de las personas. Las imágenes que tengo más presentes son las de la quinta calle de Zamora y el callejón en el que vivía doña Luz, la señora Gabina y don Genaro.

En ese lejano ayer en los que los años sesenta despertaban, muchos vecinos se iban del barrio, la razón porque solamente alquilaban la casa en la que vivían. También se veían llegar a nuevas personas que emigraban de otros suburbios por experimentar la misma situación, sin embargo, se les notaba el optimismo dispuestas a comenzar una nueva vida, mientras que las que se alejaban irradiaban en el rostro la tristeza y el desaliento.

Algunas personas rentaban el lote baldío, entre todos los miembros de la familia levantaban el jacal, allí se establecían hasta que el dueño les mandaba a decir que desocuparan el terreno, la misma odisea, pero al contrario, ahora a desbaratar la casa de tablas y a toda prisa, la familia con la tristeza y la desesperación reflejada en el rostro empezaba a desbaratar lo que era de su propiedad y por un tiempo las protegió del calor y la lluvia, acarreaban tablas, horcones, láminas de cartón, trastes y alguna cosas las encargaban por un tiempo con sus vecinos, resultaba todo un éxodo el peregrinaje en busca de un nuevo lugar para sobrevivir. Las personas que contaban con domicilio propio sentían compasión por aquellas que por un tiempo se avecindaron en el barrio, se habían ganado el aprecio de los vecinos, sin embargo, poco podían hacer por ayudarles a remediar su triste situación.

Algunos alquilaban una vieja camioneta para transportar sus humildes pertenencias. Lo más triste fue el ver partir a los amigos con los que se compartían los juegos, travesuras y algunas maldades, con los que reíamos sin importar el fluir del tiempo idealizando las más puras fantasías. La tristeza se adueñaba del corazón al despedirlos, –siempre te recordaré, fuiste mi mejor amigo, frases por este estilo fueron frecuentes y a veces humedecían los ojos en el seno de esos provincianos barrios que tan bien describían la necesidad de sus moradores, todo parecía perderse en la quietud del soplo del aire, la vida seguía hacia adelante. No fueron pocas las veces en las que al regresar de la escuela ya no encontrábamos al amigo o compañero, la comadre, el compadre o simplemente el vecino, sin saber que el tiempo los perdería para siempre en la distancia, se oprimía el pecho al recordar las vivencias compartidas, ahora otro sería su destino mientras en el barrio flotaba la tristeza.

Familias que en tiempos de cosecha del café venían en busca del sustento, entonces surgían alguna alma caritativa como la de señor Enrique Jarvio, les proporcionaba cuartos para que se establecieran en esa temporada del fruto cereza, les permitía traer de las fincas leña y frutos para que se ayudaran, al finalizar la época de trabajo regresaban a su pueblo. ¿Cuántos rostros se perdieron en el cambio de domicilio? Jamás los volveríamos a ver más que en el recuerdo. Aún está viva la sonrisa del “Jabali poco”, su nombre nunca lo conocí, esa profunda mirada de “Pancho cejas”, hijo de Herminia que vivía en un cuarto de los que alquilaba doña Amalia Colorado, al “Pirri”, a Rafa a quien le decíamos “Turín”, a Lidia, recuerdo su alegría jugando bajo el árbol de equimite  que sombreaba el patio de su casa, a esa edad ya mostraba la libertad de su espíritu y el gusto por el baile, a doña Carmen Ronzón fumando cigarro tras cigarro para apaciguar las lágrimas al despedirse de sus amistades, y tantos más vecinos con los que compartimos la amistad en esos provincianos años de aquel ayer. La necesidad fue más cruel en algunas familias que en otras, pero a pesar de la pobreza esas personas no dejaban de sonreír como: Marcelino y Marina, don Paulio Nájera que tuvo un hijo de nombre Manuel, homónimo del poeta del modernismo. Doña Esther, la Chepa y Manuel, Ángel y Angelina y muchos más que vinieron a convivir con nosotros por un tiempo, sus personalidades, su sencillez ha sido impasible en el tiempo y a esta edad, aún me parece estar con ellos conviviendo ese modo de vida propio de estos barrios que de a poco los fue consumiendo el modernismo.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *