Cápsula 28
María Enriqueta con 70 años a cuestas quedó sola en un país extranjero resquebrajado por las consecuencias de la guerra; circunstancias que se sumaban a la pérdida de su esposo. Desde Madrid expresó su dolor:
Murió, si murió…
Palabra bien corta, pero de acero, que se clava en el corazón como un puñal agudísimo… Ni el diccionario tiene fuerzas para guardar en sus páginas esta palabra, tal como aparece aquí, tan particular, que degüella sin compasión en lo privado.
El caso mío, ¿cuál es? ¿Quién murió para mí? Carlos, Carlos Pereyra, mi amado compañero en el camino de la vida.
Murió, si murió… Pero, oídlo bien: su postrera sonrisa, la que movió con suavidad sus labios y enterneció profundamente la mirada de sus ojos cuando, ya en el lecho del dolor, el sacerdote ponía por última vez en su boca la Hostia santa;
… esa sonrisa que semejaba claramente un faro en la alta noche, una estrella, un luciente punto de esperanza, será para mí, a su vez, como claro de luna que me ayude a salvar las duras asperezas del camino pedregoso que hoy, ya sin mi compañero comienzo a recorrer…