COLIBRÍ
COLIBRÍ
Para Mónica
Alejandra Camacho
Aquella
mañana Mónica se miró en el espejo, sus hermosos ojos café oscuro sé notaban
melancólicos, parecían palidecer frente a la tristeza y la nostalgia al
recuerdo de un ser amado. Con el peine alisó su cabello y sin maquillarse salió
de su casa, iba un tanto nerviosa. Abordó un taxi y, tiempo después, estaba en
el taller del tatuador. Él ya la esperaba, ella había concertado la cita por
Whatsapp días antes y el profesional tenía lista su instrumentación para
efectuar el estético trabajo. Ella, apenas si musitó unas palabras, se
desabotonó la blusa y quedó al desnudo su bubi izquierdo, lucía cónico,
estético y atractivo, muy bien moldeado y lozano. El tatuador lo observó
detenidamente, con suma calma y después del primer análisis visual le comentó
que su bubi, en sí era bonito, pero corría el riesgo de que el dibujo a gravar
en esa zona de su piel perdiera su forma. Finalmente acordaron que sería en el
pecho, ella llevaba el diseño que nació de su inspiración y sé lo mostró al
artista que lo dibujaría con agujas y pigmentos de color en esa sensible piel
femenina. Le aplicó ungüento y lo iba limpiando con gasas, el especialista del
grabado usaba guantes blancos desechables y con la máquina de tatuar comenzó su
labor, se trataba de colorear un colibrí que libaba la miel de una planta
llamada “Lilis”. Mónica sentía ligeros toques en la piel y su cuerpo se
estremecía, pero no por el contacto de las agujas en su cutis sino por tristes
recuerdos que su mente le iba acercando en ese momento.
En
su mente se dibujó aquel triste día en el que su progenitor enfermó, en la
clínica del pueblo carecían de los necesario y prefirieron enviarlo a la
capital del estado, es decir a la once situada en un cerro con una vista
maravillosa, menos para los enfermos, para ellos todo se tornaba color gris.
Don José ya no respondió al conocimiento y a la esperanza de la ciencia, cada
vez su respiración se agitaba o se entrecortaba, pero Mónica estaba junto a él
alimentándolo de ánimo, de esperanzas, amor a la vida y de fe en Dios. Mónica
parecía un apóstol o una samaritana, agradecida con su padre que le dio la vida
y la amó desde pequeña. Fue el quien le ayudó a descubrir el mundo, a darle
sabios consejos y a cumplirle sus mínimos caprichos de la niñez, ahora lo veía
vencido, la existencia se le escapaba y sentía impotencia de que no se hiciera
nada por mejorar la salud de su señor padre ¿dónde estaban las manos de Dios?
La vida es incierta, siempre depara sorpresas y cosas desagradables y un
inesperado día don José expiró en sus brazos, se despidió de la vida y su
último aliento ella lo recibió como un metal frío que se hundía en sus
entrañas, las lágrimas brotaron abundantes, su alma despedía amargura, nada se
podía hacer frente aquel cuerpo inerte que dejaba un bello testamento: sus
hijos.
El
tatuador preguntaba a la muchacha si sentía alguna molestia, pero ella no
respondió, parecía disfrutar ese momento en el que se tejía un colibrí en su
tersa piel. Las evocaciones seguían desfilando por su mente y le aceleraban el
corazón. El cortejo fúnebre hacia el panteón, se sentía como autómata que solo
caminaba detrás del ataúd. Cuando el sepulturero comenzó a cubrir la caja con
tierra y flores, ella se despidió en silencio de su papá, le dijo con el
pensamiento que había cumplido hasta ese momento y le daba las gracias por
darle la vida, se sentía tranquila, aunque el alma derramaba amargo dolor,
lágrimas y reproches a la vida el por qué le arrancaba de su lado a un ser tan
amado por ella, sufría desconsuelo, cuando el acompañamiento le daba el pésame
más se enternecía, la desesperación sí que es grande y nadie la puede sosegar.
Mientras
la familia se preocupaba por el testamento, Mónica todo desolada se fue al
patio, se sentó sobre una canasta que guarecía tierra negra y pura del mismo
corazón del bosque, su mamá la ocupaba para las plantas del pequeño jardín.
Ella comenzó a llorar por el deceso de su padre, estaba inconsolable, los
minutos transcurrían con lentitud al menos para ella y experimentaba una
profunda amargura en su corazón, nada ni nadie le podía regresar lo que tanto
amaba. De pronto, frente a sus ojos café oscuro preñados de lágrimas, apareció
un colibrí, volaba y volaba alrededor de su cabeza, las veloces alas parecían
un abanico que refrescaba su rostro como si se tratara del soplo del viento que
deseaba acariciar su tez. Mónica comenzó a dirigir su atención a ese funámbulo
del aire, al acróbata del viento y comenzó a visualizar sus bellos colores y
los vivaces ojillos, su cuerpecillo verde oscuro y verdes alas que movía sin
cesar cada vez más cerca de ella como si deseara abrazarla con suma ternura.
Los giros que daba la avecilla se fueron tornando en algo más espiritual; solo
ella y él se encontraban en el patio cuando la tarde palidecía, las flores con
respeto atestiguaban ese acto solemne como si de un ritual sagrado de la
naturaleza sé tratara. Parecía ser la plena manifestación de dos almas que
deseaban comunicarse de dimensión a dimensión en esa atmósfera de seda, donde
el tiempo y las palabras están ausentes simplemente porque no son necesarias.
Solo el efímero momento de coincidir, de ofrendar paz, amor, gratitud y
consuelo al espíritu humano, ese momento fue el misterio que viste de armonía y
amor a la leyenda, a la creencia, pero ella se sintió bendecida al recibir este
fortuito regalo que le ofrendó la vida. Mónica empezó a disipar la tristeza
como por arte de magia y se sintió poco a poco reconfortada, un síntoma de paz
invadió su alma, su cuerpo se relajó y fue el bálsamo que le proporcionó
tranquilidad. Ese maravilloso momento fue como un oasis en el que le pareció
estar en contacto con su papá. Poco después, al fin dormía plácida, pues desde
que su padre enfermara no había conciliado el sueño.
Después
meditó que los colibrís son como almas que vienen a visitar a quienes aman. Las
almas adoptan el cuerpo de ese pajarillo para hacerse presentes y decirle a su
familia que jamás se irán por completo, que siempre aparecerán en los jardines
para comunicarse con su singular presencia. Mónica experimentó la cercanía de
papá que la abrazaba y le decía que todo sería bueno en su vida y que siguiera
adelante sin ninguna pena que la agobiara, el horizonte la seguía esperando.
Estaba
muy concentrada en sus recuerdos cuando la volvió a la realidad el tatuador.
trabajo terminado, le dijo. Le llevó un espejo y ella vio en su pecho un
colibrí con alas de colores libando la miel de una Lilis” color fresa, la flor
preferida de su mamá. Mónica se sintió reconfortada y segura de sí misma, en
adelante siempre estaría con ella y muy cerca de su corazón la presencia de su
papá en forma de un colibrí y la de su mamá en los aterciopelados pétalos de
una flor despidiendo agradables aromas.