Especial

EL TIGRE

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(primera parte)

Este relato fue escrito hace un tiempo como un reconocimiento al amigo don César Guzmán Ruiz.

En el catálogo de los ciento veintiún pueblos mágicos que hay en nuestro país, aparecen nueve que pertenecen al estado de Puebla; uno de ellos, llamado Pahuatlán, se enclava en una zona cafetalera del sur de la huasteca, en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental. Su ubicación dista 28 kilómetros al norte de Tulancingo, Hidalgo, muy cerca de Xicotepec de Juárez y de Huauchinango, Puebla.
La parroquia de Santiago Apóstol de esta localidad, data del año de 1622 y fue a finales del siglo XIX en pleno porfiriato, donde don Melitón Guzmán Durán, contrajo matrimonio con la señorita Emilia Durán Yáñez. Juntos, al emprender una nueva vida, se dieron a la tarea de procrear once apuestos varones y tres hermosas doncellas. Darío, Raúl, Maurilio, Melitón, Evencio, Teódulo, Pastor, Sóstenes, Ángeles, Guadalupe, Ricardo, Adiel, Daría y Miguel, fueron educados en el seno de una familia católica donde la necesidad les hizo aprender distintos oficios para ganarse el pan de cada día.
Al estallido de la Revolución y derrocamiento de la dictadura de Porfirio Díaz, el país quedó enfundado en un desorden social con una paupérrima economía y fue en pleno gobierno de Don Francisco I. Madero, el 28 de noviembre de 1912, cuando el hogar de los Guzmán Durán, recibió al octavo retoño y según sus costumbres, fue bautizado con el nombre indicado en el santoral del Calendario del más antiguo Galván: SÓSTENES.
Pahuatlán fue testigo del desarrollo infantil y de la adolescencia de nuestro personaje, que se desenvolvió aprendiendo las labores campestres y más adelante el de las artesanías de piel, donde el oficio de hacer huaraches le redituó algunos buenos dividendos que le permitieron a sus 20 años, encontrar a su prometida en un viaje que hizo a la localidad de Atlixco Puebla. La maestra rural Rosa Victoria Ruiz Alarcón, se convirtió en su inseparable compañera y madre de ocho vástagos.
Los jóvenes contrayentes, buscaron nuevos derroteros y hacia el año de 1933, la ciudad de Jalapa les dio una afable bienvenida, empleándose el esposo en el taller de don Ignacio Contreras, ubicado en las calles de Revolución y Victoria. En un año, Sóstenes tuvo el tino de elegir esta ciudad de Coatepec, donde, sin descuidar su oficio, se dedicó a la compra de café cereza para la casa Martínez y al año siguiente en 1935, tuvo el arrojo de instaurar su propio establecimiento de talabartería en la casa marcada con el número siete de la calle 16 de septiembre, pagando una renta mensual de ocho pesos.
Con inconmensurables sacrificios del matrimonio, el negoció inició con muy buenos augurios y al año de arduo trabajo, doña Rosa dio a su querido esposo la placentera noticia de que se había convertido en padre. No se equivocó. Pasados cuatro meses de haber iniciado la guerra civil española, ese 18 de noviembre de 1936, la partera nalgueaba al primogénito de la familia, un chaval que irradió ese hogar, al cual bautizaron con el nombre de César. Ahora, al cumplir sus ochenta y tres de andar en este mundo y perdurando con esa luz, es un honor para mi su amistad y benevolencia. Deseo que Dios Nuestro Señor le siga colmado en bendiciones y haya César para mucho rato.
Amigos, el relato continuará en una segunda entrega. Lo decían las abuelas: “Saber y no recordar es lo mismo que ignorar”. Cuánta sabiduría de estas viejitas.
¡Ánimo ingao..!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

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