Daniel Badillo

México, democracia que funciona

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DANIEL BADILLO

 

Última parte.

 

El tránsito del régimen hegemónico hacia uno democrático y plural, se debe, en gran medida, a la madurez de los ciudadanos a pesar de que, para muchos, el tigre aun sigue dormido. ¿A quién convendría despertarlo? A nadie. Violencia siempre generará más violencia. De hecho, Krauze establece, por ejemplo, que en vez de reconocer el decaimiento de su régimen; en vez de educar políticamente al tigre, Porfirio Díaz creyó que podía no despertarlo. El sistema democrático, y sobre todo, el sistema electoral, ha dado cauce a la manifiesta insatisfacción del ciudadano. Hoy los mexicanos saben para qué sirve el sufragio, y lo usan en desagravio de sí mismos castigando, el día de los comicios, a quienes han fallado en el cometido de brindarles seguridad y bienestar social. Así ocurrió en el año 2000 con la transición democrática y así ha ocurrido también en estados y municipios donde el voto es, al mismo tiempo, plebiscito y referendo. Para muchos, la abstención es síntoma del debilitamiento del sistema democrático; otros la interpretan como forma de expresión política. En una y otra, subyace la necesidad de que el ciudadano asuma un papel más protagónico y consciente en los asuntos públicos.

Desafortunadamente, la corrupción que impera en el país desalienta la participación política de la sociedad. Ello, sin embargo, no significa que el ciudadano haya perdido la esperanza en la democracia como sistema de vida. De hecho, en 1994, tras los cruentos acontecimientos suscitados en el país, más de uno hubiera esperado una escasa votación en las urnas, y el efecto fue el contrario: el candidato del PRI (Ernesto Zedillo Ponce de León) se alzó con el triunfo en una abrumadora votación que superó los 17 millones 181 mil sufragios. Los analistas de la época calificaron este fenómeno como el voto del “miedo”. El tiempo ha demostrado que el voto, en realidad, fue el de la certeza. México, por tanto, tiene una democracia que funciona. Habrá, sin embargo, aspectos a desarrollar y a mejorar para que ésta además de funcional, sea efectiva. O como afirman Rebeca Domínguez y Jorge Luis Tello (2006) en su ensayo Retos y perspectivas de la democracia en México, “existen aspectos sociales que garantizan la calidad de la democracia, por ejemplo, la seguridad pública, el acceso a la salud, alimentación, vivienda, educación y un sistema de justicia eficaz”.

Nadie duda que México necesite una mejor democracia. Sin embargo, la que existe es funcional en tanto permite tener comicios en paz, garantiza la inversión privada que genera empleos, y posibilita la gobernabilidad que es progenitora de más oportunidades. Reyes Heroles sostenía que la política no es, “va siendo”. En tal sentido, podríamos decir que la democracia mexicana tampoco es, va siendo. Así lo demuestran las reformas político-electorales de 1963, 1977, 1996 y recientemente la de 2013, que ha permitido una mayor competencia electoral, la paridad de género en la postulación de candidatos y el establecimiento de candados a los excesivos gastos de campaña. La democracia, por tanto, es un proceso inacabado. Aún en los países más desarrollados, siempre encontrará terreno fértil para mejorar. Lograrlo supone la participación de todos: sociedad, gobierno, partidos políticos, academia, intelectuales, medios de comunicación y organizaciones civiles. La labor debe iniciar desde temprana edad. Si bien se es ciudadano a partir de los 18 años, no menos cierto es que se debe trabajar con la niñez, la adolescencia y la juventud. Allí está el reto: construir ciudadanía desde los primeros años para que, llegado el momento, tengamos una generación que se nutra de valores democráticos y haga de ésta un modo de vida que trascienda la esfera familiar e impacte positivamente en el entorno público en el mediano plazo.

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