Daniel Badillo

México, democracia que funciona

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Daniel Badillo

 

Primera de dos partes.

 

Con adjetivos o sin ellos, México tiene una democracia que funciona. Aun en los tiempos más convulsos del país, la democracia ha mostrado ser el mecanismo menos malo y menos injusto para la solución de los problemas sociales (Krauze, 1983). Hace 160 años, Juárez sostenía que la democracia era el destino de la humanidad, y la libertad su brazo indestructible. Es posible, sin embargo, cuestionar la calidad de la democracia que hoy tenemos, pero nadie en su sano juicio sostendría que cualquier otro sistema de gobierno sería mejor. No, al menos en América Latina, donde los regímenes militares y dictatoriales devinieron en una perversión humana contra toda forma de libertad. En su momento y su tiempo, Bolívar señaló que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor. El ejercicio de la justicia es, por tanto, el ejercicio de la libertad. En México, debemos reconocer que tenemos una democracia funcional a secas. Con todo y sus imperfecciones, este mecanismo ha posibilitado la paz social y, por ende, una gobernabilidad que hace posible que todo lo demás funcione. Así, sin adjetivos, la democracia en México ha sido aceptada en las últimas décadas como factor de concordia y bienestar, por el grueso de la población.

Basta revisar, por ejemplo, los resultados del Latinobarómetro (2003) para saber que ante la pregunta: ¿cuánta confianza tiene usted en la democracia como sistema de gobierno para que su país llegue a ser un país desarrollado?, un apabullante 88% opinó positivamente de ella, y el restante 12% no le encontró un solo atributo de valor. Los resultados no podrían ser de otra forma, en un país que lleva en su genética (1810-1910) el pasado violento y tormentoso que le dio origen como nación, por lo que siempre será preferible un sistema que, al menos, garantice las libertades y no la supresión de éstas. Tengamos presente que desde la época prehispánica hasta nuestros días, la historia del país se ha escrito con sangre. México nació de la sangre y del sacrificio humano a sus dioses. Hoy la sangre se vierte como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico, y anteriormente en las asonadas por asirse del poder. Proféticamente, el Himno Nacional Mexicano estableció a perpetuidad que las campiñas serían regadas, precisamente, con sangre. ¿Es entonces, un despropósito preguntarle a los ciudadanos si quieren más sangre? Por supuesto que no. Los mexicanos rechazan que la violencia sea la ruta y el destino. De allí que nuestra democracia se considere la opción ideal para transitar a mejores estadios, porque garantiza que haya cambios pero que éstos sean por la vía pacífica.

Es decir, más allá de quienes invocan, consciente o inconscientemente, un nuevo movimiento armado para que las cosas cambien, lo cierto es que la población en México aspira a vivir en paz y con dignidad a pesar, debe insistirse, de las limitaciones propias de nuestra democracia. De hecho, Jesús Reyes Heroles, a quien se debe la gran reforma político-electoral de 1977, sostenía que “la ineficiencia de unos cuantos es compensada por el trabajo sin límite, más allá de la fatiga, de los más”. Si bien el sistema de partidos y de representación parecieran estar agotados, no menos cierto es que de manera gradual y con la fuerza de los votos, los ciudadanos han demostrado tener conciencia y madurez política. Así se observó en 1988 donde las serias sospechas del fraude electoral pudieron devenir en una rebelión incontrolable y sin límites, que hubiera incendiado al país, lo que –por fortuna- no ocurrió. No obstante a ello, coyunturas críticas, y cíclicas, han incidido en el curso de nuestra democracia y en la forma en que se involucran, cada vez con mayor intensidad, los ciudadanos en los asuntos públicos: 1968, 1971, 1977, 1988, 1994, 1997, 2000 y 2006 son años donde México puso a prueba su capacidad para afrontar los cambios. El resultado de todo ello: un país que ha sabido transitar, sin mayores sobresaltos, hacia una democracia en la que caben todos.

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