No hay absolutos.
No hay absolutos.
Por Martín Quitano Martínez
Ojalá y podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que
humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común. Eduardo Galeano
La
situación política se torna un escenario grotesco, una tragicomedia de burdas actuaciones,
una parodia de la obra legal y democrática que debiéramos estar presenciando.
En su lugar hay un batidillo de lodo y malas actuaciones.
Frente
a la guerra de videos y otros hechos que hemos presenciado, nos asomamos a una
situación no desconocida, pero sí que creíamos superada por los ofrecimientos
de esta nueva administración. Ubicados en un periodo de esperanza creado
precisamente en función de la reiterada prédica del “no somos iguales”, que
estigmatiza a todos los que no son ellos, se van desvelando las mismas
prácticas de corrupción, manejo subrepticio de dinero, nepotismo, y lo más
preocupante de todo lo anterior, impunidad.
Estoy
en contra de los absolutos, porque son una falacia. En todos los ámbitos de la
vida pública y privada, existen diferencias y diferentes, multiplicidad de
comportamientos en un solo individuo. Sin duda la visión de un mismo hecho
puede variar dependiendo del lugar desde el que se observe, de las condiciones
que lo motiven, de la perspectiva. No obstante, para el servidor público hay
una constante que es la aplicación irrestricta de la ley y la vigilancia de su
cumplimiento.
Todos
los políticos son iguales, todos los que apoyan al presidente son iguales,
todos los que discuten lo que dice el presidente son iguales. No se debe reducir
la reflexión, la capacidad de análisis y de síntesis para entender e
identificar la cosa pública. Hay que sobreponerse a los calificativos para reconocer
mucho más allá de blancos o negros, de chairos o fifís, de buenos o malos
servidores públicos.
No
es cierto que todos en las administraciones públicas son corruptos, ni antes ni
ahora. Aceptar como oposición mínima, la duda ante afirmación tan contundente, para
asumir la dimensión de las descalificaciones absolutas respecto de la vida
pública y política que daña tan profundamente nuestra vida institucional y de
convivencia.
Se
taponan los espacios a la tolerancia, al respeto y la crítica constructiva a
todo lo que sea diferente, al acentuar los absolutos y privilegiar las
afirmaciones donde solamente se puede reconocer lo que confirme las ideas de
los que, atrincherados en sus creencias, cancelan el reconocimiento a cualquier
situación alterna a la dureza de la muralla que las resguarda.
En
los extremos de esta rencilla pública se acomodan los absolutos, para denostar
todo lo que venga de otro lado. Lo increpan y parecen derrotar las
posibilidades de generar otras vías, unas de conciliación y treguas políticas
para avanzar, para construir, que tanta falta nos hace. Para ellos, para las
posiciones únicas de cualquier lado, mejor es separar que unir, mejor es
enfrentar que entender, mejor cerrar que abrir la disposición al acuerdo con el
distinto. Ojalá se vayan quedando solos, o menos.
Ojalá
se multipliquen los que puedan pensar que aún hay mucho que hacer y que es urgente
participar juntos, más allá de los sectarismos. Que no predominen las concepciones
fanáticas y reduccionistas. Aprovechemos que nada está acabado y todo es un
permanente movimiento en el que podemos o no participar, pero que quiérase o no,
al final, por acción u omisión, seremos parte del resultado y sus
consecuencias.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Sin duda, un difícil regreso
a clases.