Ars Scribendi

Payasito de la tele

Comparte

Por: Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

El calendario deshojaba los años setenta y la Ciudad de México se transformaba en una metrópoli. Lentamente el progreso extinguía los contornos provincianos y Cepillinadormecía los recuerdos en el transcurrir del tiempo. En Coatepec, mi barrio, en la quinta calle de Zamora, aún conservaba su tapiz de piedra de río.

En ese ayer la prisa no era tan necesaria y la ensoñación nos persuadía el alma; gustábamos escuchar melodías de moda: las de José José, Gilberto Valenzuela comenzaba a disfrutar las mieles de la fama con su tema: “De que te quiero así, te quiero”, mientras José María Napoleón, cantando “Vive”, rozaba sutilmente las estrellas. Entre otras figuras más del espectáculo, surge el rostro melancólico de El payasito de la tele, interpretando su canción “Un día con mamá”.

Cepillín, con su llamativa ropa y rostro pintado de colores, proyectó su personalidad y el talento a través de la pantalla chica. La evocación del payaso-cantante sensibiliza mi alma porque me acerca la infancia de mis hijos. Su gracia penetró en el gusto y corazón de los infantes, quienes de inmediato le cedieron su preferencia. Sentimental su himno que refiere a la ausencia de la madre, pero que lo impulsó hacia la popularidad. Cuando expresaba los tristes versos, los niños que carecían del calor materno sentían el infinito deseo de estar al lado de esa progenitora que el destino por diversas circunstancias, a temprana edad, se las arrebató. La interpretación musical reflejaba las melancólicas emociones que emanaban de lo más hondo de los sentimientos del payaso, al menos así lo reflejaba su rostro y su vidriosa mirada que por momentos parecía empañarse.

El recuerdo de Cepillín asoma a la ternura, porque su presencia embriagó horas de felicidad en la infancia de mis hijos y de muchos niños de México. En esa etapa de la niñez, que ignora los problemas que giran en torno a un hogar, Cepillín fue el ícono de la televisión, liberando su espíritu infantil para compartirlo con la niñez de esos años y que el tiempo transformó en padres de familia.

Todas las tardes, impacientes, esperábamos la visita a nuestro hogar de El payasito de la tele, deleitándonos a través de la pantalla chica. Cierta ocasión en gira artística se presentó en el “Parque Colón” de la ciudad de Xalapa, Veracruz; en ese escenario lo conocimos y tuvimos la oportunidad de estrecharlo cálidamente. Fue un momento irrepetible, como si emergiera de los sueños de un mago.

Mi barrio, en la quinta calle de Zamora, todavía conservaba su nostalgia y tranquilidad, permitiéndonos  disfrutar en compañía de los hijos este tipo de vivencias, que honda huella dejaron en el corazón de quienes participamos de esas alegrías.

La parábola de éxito de Cepillín declinó justo en el momento en que su infantil auditorio abrazaba la adolescencia, como si milagrosamente El payasito de la tele fuese un especial regalo de la vida para esa generación de pequeñines que vivieron la suerte de experimentar con esas actuaciones la fantasía e ilusión y parte de su felicidad producida por ese místico personaje de la diversión.

Evocar a Cepillín significa asomarse a la década de los años setenta, cuando la infancia de nuestros hijos nos hacía recordar la nuestra, cuando –como para todo provinciano– estaba latente la ilusión de visitar la ciudad de México para sentarse en una butaca del Teatro Blanquita y ascender a lo más alto de la torre latinoamericana, mientras la quinta calle de Zamora aún conservaba lo tradicional de un  barrio coatepecano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *