Especial

SEGUIRÉ MI VIAJE

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Al alba del lunes 31 de marzo de 1969, Álvaro despertó y agradeció como siempre lo hacía. Los niños Alvarito y Mario de 7 y 5 años, emocionados por el paseo, abandonaron la cama antes de lo acostumbrado, prestos a disfrutar las vacaciones de semana santa. Doña Ana María, la señora de la casa, había acomodado el equipaje y lo tenía listo para subirlo al automóvil e iniciar el viaje. En Chilpancingo los esperaba el amigo y compañero Caritino Maldonado Pérez que, al día siguiente tomaría posesión como gobernador constitucional del estado de Guerrero y la familia Carrillo Incháustegui, acudía como invitada de honor, a la ceremonia del nuevo régimen, programada para el martes 1 de abril.

 

El nuevo mandatario, después de la protesta y honores a la bandera, bajó del estrado para darse un baño de pueblo custodiado por la estirpe política de México y del dilecto Álvaro Carrillo, amigo fraterno conocido en la escuela secundaria rural de Ayotzinapa, Guerrero. Transcurridos dos días de convite, de vino, de comidas, de bohemia con artistas locales y la romanza del cancionero, Ana María insistía al esposo que era hora de regresar para cumplir con los compromisos que tenían en la capital del país, con la advertencia del tránsito intenso de las carreteras por ser día feriado.

 

El jueves santo 3 de abril, la familia Carrillo regresaba a su hogar de la ciudad de México. En la nueva autopista a Cuernavaca, inaugurada apenas cuatro años antes, cerca del H. Colegio Militar y a escasos 17 kilómetros de su destino, el Ford Falcon, no resistió el embate de una vagoneta que, circulando en sentido contrario, brincó el camellón arbolado, provocando funesto accidente, donde el compositor Álvaro Carrillo, Ana María la esposa y el chofer, murieron. En total desamparo, los pequeños Álvaro y Mario, víctimas de aquella catástrofe, quedaron junto a los cuerpos inertes de sus padres.

 

La noticia corrió como reguero de pólvora; los periódicos se dieron a la tarea de publicar el éxito de nuestro personaje, cuyas composiciones ya le daban la vuelta al mundo. La radio comercial difundía pasajes de su vida, de su infancia en Cacahuatepec, la costa chica de Oaxaca, de sus estudios secundarios en el internado de Ayotzinapan. Divulgaban el ingreso de Álvaro a la Escuela Nacional de Agricultura, en Chapingo, donde se distinguió por la pasión de la música y de la composición, y el logro por su graduación en 1945 como ingeniero agrónomo, donde dejó como legado la canción de despedida ADIOS A CHAPINGO, convertido hoy en día, en el himno de la institución.

 

En las siguientes semanas del infortunio, México cantaba, sabrá dios, si tú me quieres o me engañas, porque, yo quiero luz de luna, para mi noche triste. Eydie Gorme y los Panchos se deleitaban con “tanta vida yo te di, que por fuerza tienes ya, sabor a mí” y es seguro que Álvaro en donde esté, aún canta “…y si no te gusta lo que traje, adiós, que de algún modo SEGUIRÉ MI VIAJE”

 

Amigos, lo dijo aquél: “La alegría de todas mis horas, prefiero pasarlas en la intimidad” Vaya sabiduría.

 

¡Ánimo ingao…!

 

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz.

 

 

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