Especial

Sismo Devastador

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(Segunda parte)

Las repeticiones del temblor no cesaron. Josefina, junto con sus hermanos aposentaron el cadáver en su lugar; alzaron los candelabros y encendieron todas las candelas. Nadie de los que acompañaban regresó, habían salido despavoridos. El crío, ya sin llorar, reposaba en un cajón improvisado como cuna, la cuñada lo alimentó con agua de harina de arroz que alguien le consiguió. Ninguno de los deudos durmió, esperaban otra sacudida.

Ya en domingo, el cortejo salió de la calle de Xicoténcatl, encaminándose hacia el antiguo panteón de Jalapa, ubicado en la calle 5 de febrero esquina con 20 de noviembre. Muy pocos fueron los agregados, pues la mayoría se ocupó de revisar los daños de las casa de cal y canto con techos de vigas de madera y teja de barro. En la caminata, los comentarios eran sobre el espantoso sismo y coincidían que se repetiría a las 24 horas.

Josefina, habiendo sepultado a Evangelina, al cuarto día, muy de mañana retornaba a su hogar. La necesidad le obligó a transitar por la calle Real, donde se percató de la magnitud del desastre, trabajadores voluntarios, con largas alfardas apuntalaban las altas fachadas de las casas que estaban a punto de derrumbarse. Una visita obligada fue a catedral; el acceso fue restringido por la revisión minuciosa de torre y bóvedas que llevaban a cabo ingenieros y aunque no entregaban el resultado, aparentemente todo estaba en orden. Se escuchaba de que el señor obispo Rafael Guízar y Valencia, procedente de la Habana, ya se encontraba en el Puerto de Veracruz y que pronto llegaría a esa, su nueva arquidiócesis. Los jalapeños no daban crédito tan nefasto acontecimiento.

Con fuertes latidos y largos pasos, Josefina llegó a la estación y abordó el tren rumbo a Las Puentes. Para su fortuna y la de muchos transeúntes, la vía, en ninguna de sus partes se vió afectada, puentes, y alcantarillas estaban en la normalidad, no así los paredones de la fábrica La Purísima donde el daño fue mayúsculo y los obreros aposentados en los patios, no podían entrar al inmueble para laborar. Los salones de telares así como la de los tróciles resintieron por causa del fenómeno. Don Manuel Mijares, administrador de la factoría, revisaba a detalle cada una de las estructuras dañadas, ocupándose de solicitar ayuda técnica para resolver la reparación.

El día doce de enero, procedentes de Ixhuacán, don Lauro Ancona y su esposa Modesta Sol, llegaron a las Puentes a visitar a la comadre Josefina, con la noticia de los cientos de muertos que causó el desastre en Quimixtlán, donde el pueblo fue desaparecido por las aguas del río de los Pescados y el arrastre de miles de toneladas de lodo, resultado del desprendimiento de los cerros aledaños. Don Lauro comentaba que en el lugar de los hechos, se encontraban los ingenieros geógrafos y un batallón militar enviados por el coronel Adalberto Tejeda, pues aunado a esas penas, reinaba un caos por los rebeldes que pedían la destitución del presidente Venustiano Carranza. Las visitas, con la taza de café en la mano exclamaron: Comadrita, la región está en efervescencia, guerra y SISMO DEVASTADOR, Dios nos agarre confesados. Qué pesar, contestó la anfitriona.

Amigos, han pasado cien años y lo peor es que nadie puede prevenir otro sismo. Por eso dicen los que saben: “Excava el pozo antes de que tengas sed”, ¡vaya sentencia!

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

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