Sueños Diluidos
Pedro Peñaloza
“Buscad primero comida y vestimenta.
Luego el Reino de Dios os llegará por sí sólo”.
Friedrich Hegel.
1. Las anémicas y nebulosas promesas. El capitalismo nos prometió la libertad, lo escenificó mediante los nuevos proletarios incorporados a los burgos. Antiguos siervos oprimidos y humillados por los señores feudales. La burguesía emergió como una clase revolucionaria frente a los atropellos y el trato a los hombres pegados a la tierra. La libertad se convirtió en la capacidad de poder vender la fuerza de trabajo, de entregarse a los nuevos propietarios de máquinas y de instrumentos de producción. El capitalismo nos dijo que los nuevos aires estaban garantizados mediante el trinomio libertad, igualdad y fraternidad.
Se escondió el carácter explotador del trabajo productivo, se difuminaba el objetivo de los señores dueños de los medios de producción, que no era otro que utilizar la fuerza vital de los trabajadores, la única que genera plusvalía. El capitalismo se enseñoreó publicitando sus bondades y humanismo. Nada más lejano que ello, la crueldad de las relaciones sociales en este sistema pretendió ser ocultada con acceso a satisfactores materiales que no se tenían en la fase económica previa.
2. Los sueños, sueños son. Al develamiento de su incapacidad para proporcionar bienestar a las masas trabajadoras, el capitalismo, en su infinito cinismo, difundió y teorizó la idea de que era posible que la riqueza pudiera expandirse y colectivizarse, siempre y cuando primero creciera la economía, es decir, que los dueños de los medios de producción obtuvieran la riqueza “justa” que les correspondía para que de ahí, mediante el “goteo”, tendrían acceso a la prosperidad las capas desprovistas de medios de producción y únicamente poseedoras de su fuerza de trabajo. La realidad corroboró que estas supersticiones carecían de sustento real, lejos de ello, el carácter insaciable de las burguesías mostró que el único propósito que las movía era la acumulación de capital, así que, la posibilidad de “socializar” la riqueza producida por las mayorías solamente quedó en la repartición de canastas básicas, que reprodujeran esencialmente la energía necesaria para que los trabajadores volvieran a la producción cotidiana.
3. Crisis en la crisis. El capitalismo y sus representantes económicos e ideológicos están contra la pared, ya no pueden, al menos con credibilidad, argüir la “justeza” del capitalismo, su idílico proyecto de fines del siglo XVIII hoy se presenta descarnado y brutal. Viajemos a México: la precariedad del empleo y el ingreso en nuestro país se presenta ya como un riesgo social. El ingreso laboral promedio de dos de cada 3 personas que trabajan se ubica por debajo de 2 mil 400 pesos al mes, la dimensión de esta cifra se confronta con el valor de la canasta básica por persona que es de mil 335 pesos mensuales. El resultado de la desigualdad de los ingresos laborales se expresa en el hecho de 82 de cada 100 personas que se encuentran ocupadas perciben menos de 5 salarios mínimos mensuales (un salario mínimo mensual es de 2 mil 191.20 pesos), y poco más de dos terceras partes (67 de cada 100) obtienen ingresos por debajo de 3 salarios mínimos. Para cerrar el círculo de la desigualdad, alrededor de 6 de cada 10 personas ocupadas se desempeña en actividades informales, sin acceso a los beneficios de la seguridad social (PUED-UNAM, 2016).
Epílogo. Lo grave, muy grave, es que amplias capas de la población pueden imaginarse el fin del mundo pero no del capitalismo. Vivimos entre disyuntivas: vender nuestra fuerza de trabajo o vender nuestra dignidad. La dignidad no se cotiza en el mercado.
pedropenaloza@yahoo.com/Twitter: @pedro_penaloz