¡VIVA MÉXICO..!
(Segunda parte de dos)
Continuamos con el tema de la conspiración en Querétaro. En agosto, Hidalgo y sus huestes, celebraron la asamblea plena y acordaron que, en la primera semana de octubre, al grito de guerra, aprestarían el bridón y el acero y con el sonoro rugir del cañón, harían retemblar el centro de la tierra. La consumación del plan y la entrada triunfal de los insurgentes a la Ciudad de México, se propuso para el 12 de diciembre de 1810. Una empresa fácil en tan solo 70 días.
El movimiento por supuesto no cuajó, pues la efectividad de los orejas e infiltrados, pusieron en alerta al ejército realista comandado por el astuto Venegas. Días antes, la sospecha de las autoridades virreinales sobre los corregidores y su conjura, hizo que los sediciosos adelantaran los acontecimientos. Ignacio Allende, Juan Aldama y el cura Hidalgo, dieron fe del arsenal con que contaban, divulgando el testimonio de que estaban listos para el combate y nada ni nadie los detendría. El capitán Allende al frente del movimiento, entregó dos mil pesos oro a su igual, el capitán Joaquín Arias, y con una persignada y beso de la cruz, le encomendó blandir la espada en Querétaro. El irresponsable Arias con la talega rebosante, se puso una guarapeta de nevero y fue a dar al bote; ahí, aparte de la sacada de la lana, le sacaron toditita la sopa.
Con información de primera mano, la autoridá de Querétaro, en un santiamén apareció en casa del corregidor. Logrado el cuatro, los guarros ejecutaron el cateo y aquí es donde al santo varón lo embargó el gran dilema, dado que el virrey, usando su colmillo retorcido, presagió que la iglesia estaba en manos de Lutero, percepción que nadie le quitaba y no se equivocó.
Antes del levantón, lo primero que se le ocurrió a don Miguel fue enclaustrar con doble llave a su señora para privarle sus indiscreciones y evitarle la tortura de preguntas. Acongojado se fue a delatar a todos los inmiscuidos, sospechando en lo que el destino le depararía por jugar con dos barajas, asintiendo que del tambo podía salir pero de la fosa del panteón, niguas.
A los primeros minutos de ese 16 de septiembre, doña Josefa, encerrada e intrigada al acontecimiento, no tuvo empacho en despojarse la zapatilla de tacón, golpear muy fuerte el enduelado y llamar la atención del alcaide don Ignacio Pérez que, al enterarse de los hechos, checó bocado y barbada, cabezal, ventril y herraduras para salir en chinga a Dolores a darle la infausta noticia al capitán Allende. Al no encontrarlo, le pasó el dato a Juan Aldama y ambos fueron a ver al cura Hidalgo. Éste, presuroso y sin errar, con una mano agitó el estandarte Guadalupano y con la otra la soga del badajo, y al estentóreo grito de ¡VIVA MÉXICO!, dio inicio a la guerra de independencia y libertad. La muchedumbre incendiaria se animó por una transformación, esperanzada a que con justicia se diera fin a las atrocidades de los políticos tramposos y corruptos, terminar con la desigualdad, el racismo y las fosas clandestinas.
Todo esto, una mañana que nos quedamos sin recreo, nos lo platicó mi maestra Ana María García Zenil. Los que tuvimos el privilegio de escuchar esta descripción y muchas otras, no nos dimos cuenta de la semilla que sembraba. Maestra Ana María, DNS la tenga en su gloria.
Amigos, lo dijo el jesuita Anthony de Melo, «Hay dos tipos de educación, la que te enseña a ganarte la vida y la que te enseña a vivir» ¡y sí qué sí, a lo macho que sí!. Entonces…
¡Ánimo ingao..!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz