Ars Scribendi

AQUELLA CASITA

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ARS SCRIBENDI

Por Rafael Rojas Colorado

 

La tímida casita se veía finalizando el largo barrio de Zamora, en ese punto nace el barrio de paso ancho y comienza el camino que conduce a la bola de oro. Esa casita la recuerdo en los albores de mil novecientos sesenta.

Allí me llevaban a visitar al tío Álvaro, vivía con su esposa de nombre María y sus dos hijas, Rosa e Irma, años después nacería Teresa. Ese matrimonio se distinguió porque fueron buenos anfitriones, siempre recibían con gusto a la familia, incluso a las amistades, nos convidaban a su mesa y a otras cosas más. Esa casita de mampostería, techo de teja y tan solo de tres habitaciones y un amplio patio, estaba llena de calor humano, de luz, de color y regocijo.

Al tío Álvaro le gustaban los días de campo, en infinidad de ocasiones nos invitó a recrearnos en el potrero, un espacio amplio, abierto para todo el pueblo, pastaban vacas, esparcidos palos de huizache, milenarias hayas, vasto césped y un río surcando con sus aguas en su paso de las montañas al mar, nos convidaba de su frescura. Un paisaje de cielos azulados, el tiempo parecía detenerse. Entre comer, relajarse, jugar, nadar en las pozas del tepetate se nos iban las horas, en ese lugar pasábamos días maravillosos y plenos de felicidad.

En esa casita nos reuníamos con mis primas, amigos y amigas y dejábamos fluir el gozo, las fantasías y el juego. A veces escuchábamos a los mayores hablar de los pleitos que por ese rumbo nunca faltaban. El tío Álvaro siempre estaba de humor y nos hacía guasas, también algunas maldades de buen gusto y nos contaba historias de espantos, entonces le temíamos a la oscuridad. En esa casita, cada día experimentaba algo nuevo en su interior, la sensación del aprecio, afecto y buenos consejos. Las casitas de esos barrios estaban vestidas con un halo provinciano, una vida de aparente sosiego, de convivencia con los vecinos y de disfrutar de los dorados crepúsculos cuando el sol se disponía a descansar. En ese hogar se iban anidando las huellas de nuestro existir, parte de esas vivencias se quedaron flotando en un entorno en el que la evocación se encargaría de revivirlos en el futuro.

Esa casa fue el punto de reunión de la familia, tenía un televisor blanco y negro, los domingos disfrutábamos las corridas de toros, el arte de torear a caballo de Carlos Arruza, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, fueron los tiempos de Manuel Benítez el Cordobés. En la pequeña sala todo se tornaba en alegría, Mari nos preparaba palomitas, garnachas y ofrecía café o refrescos, todos nos estremecíamos de emoción en ese seno de armonía familiar.

En medio de ese regocijo presenciamos brillantes peleas de Box a través del satélite el Pájaro Madrugador, al zurdo de oro frente a Howar Wistone, al Alacrán torres mostrando su bravura, y el talento de Cassius Clay entre otros más. Muchos vecinos se sumaban a compartir de nuestra alegría. Disfrutamos momentos que se tornarían inolvidables.

El 19 de marzo de cada año nos invitaban a la fiesta de san Antonio, de ese rancho era nativa la tía María, festejos y vivencia que honda huella dejaron en mi existir.

Como olvidar la noche buena y los festejos del año nuevo, todo era felicidad, desde las primeras horas de la noche se escuchaba la música, los discos de 33 revoluciones giraban en la consola Stromber Carson, un pequeño lujo de ese tiempo, se bailaba y se reía a flor de piel. A media noche la cena, los para bienes y el abrazo, en el seno de madrugada nos despedíamos para irnos a casa. A través de la resonancia de los recuerdos me es posible mirar esos rostros tan amados, tan valiosos en mi vida, tan llenos de esencia humana, que me brindaron parte de lo que más carecía, es decir de estimación, cariño y buen trato. Las puertas de esa casita siempre estaban abiertas para mí, pero más aún el aprecio de los tíos.

Parte de mi niñez y adolescencia se trasmutó en un eco que aún vaga en esas habitaciones que adormeció el tiempo. Lo que un día fue luz hoy es sombra, lo que fue alegría y felicidad, hoy es soledad, porque crecimos en el andar del tiempo, primas y primos nos encaminamos en diferentes direcciones, cada uno se marchó en busca de su propio horizonte, abandonando para siempre la irrepetible niñez.

Los tíos Álvaro y María se les fue marchitando la alegría, la enfermedad se apoderó de sus cuerpos, Dios de sus almas, y a esa casita la fue envolviendo el tiempo porque no pertenecía a la modernidad. Solo los recuerdos la mantienen viva, así lo expresan los latidos de mi corazón, porque jamás se difuminará de mi ser.

 

 

 

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