Especial

El pozo

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Juan A. Morales.

La independiente Eloísa perdió a sus padres en el accidente que la dejó ciega. Sin esperanza de volver al negocio, se ensimismó y se encerró. Entonces apareció Ramón, un empleado de su padre que a diario le llevó alimentos, le hizo el aseo de la casa, y ocho meses después, por gratitud y costumbre, aceptó ser su mujer. Vivían bien, hasta que las deudas la obligaron a vender el departamento y regresar al pueblo donde nació. Ahí, conoció a Leonor, la pueblerina que cuidaba el caserón, y que era la amante secreta de Ramón. “Mujeres juntas, ni difuntas”, pensó el hombre, pero no le quedó de otra, y a poco de haber llegado, contrario a su costumbre, un domingo en la tarde, se emborrachó y se cayó al pozo. Sin Ramón las cosas se tornaron difíciles.

Tapó el pozo, y estableció una alianza con la ranchera para hacer del caserón una pensión para estudiantes “once, doce, trece”, cuenta los peldaños que va tanteando con el bastón, desliza la mano por el barandal, se detiene cuando baja corriendo una chica —¡El lunes le pago!—. Eloísa saluda y prosigue “catorce, quince, dieciséis”. Caótico es su cabello y el suéter no le combina con la falda, ni con los zapatos. Oye las chanclas de Leonor, quien la invitó a cenar en la portería y sonríe.

La campesina le alisa el cabello, le hace una trenza igual a la suya y le ata un listón. Indefensa confía en Leonor, piensa que de cierto modo, ella también enviudó. Hace tiempo la empleada quiere aclarar ciertas cosas: —Cuando llegaste, güerita, parecías marrano recién comprado, de a tiro desconociste el mecate—, y ya encarrilada pregunta del accidente que la dejó ciega, para crear el momento propicio <<Una carretera sinuosa y los frenos descompuestos (se quita las gafas oscuras que lleva día y noche, les echa el vaho de su boca y limpia las micas con su pañuelo) salió un autobús de frente, papá lo esquivó pero nos fuimos al barranco>>. Se coloca los anteojos, alarga la pausa y suspira: <<Desperté en el hospital: ciega y huérfana>>. Suspira, llora, cruza la pierna y deja ver un muslo largo y pálido. Leonor la abraza, le da ánimos —Estás viva, ¡y para hacer guacamole, con tener los aguacates basta!—. Eloísa sonríe, se lleva la mano al vientre <<Tengo hambre>>. —¡Pues, de la gorra no hay quien corra; güerita!— y le extiende el platón de cecina y tortillas en pipían.

Ya en confianza Eloísa revela <<Tuve un novio; me rogaba, pero me consideraba “tontita”>>. Y la presta la agreste aconseja —Uy, ¡pues a chillidos de marrano, oídos de matancero! (y suelta la pregunta incómoda) ¿por qué te casaste con Ramón? Dirás que para acocote nuevo, tlachiquero viejo, ¿no?—. Eloísa apresura su copa de vino y Leonor se la rellena <<¿Qué es eso, del cocote?>>. —Acocote, mujer. Es un calabazo largo que usa el tlachiquero para sorber el agua miel del maguey con la que se hace el pulque (y sin cautela revela) Ramón me contrató para cuidar el caserón, pero me hizo su mujer porque era más barato darme gasto que salario—. <<¿Qué Estudiaste, Leo?>>. —La Prepa, y lo que sé me lo enseño una antropóloga (suspira nostálgica), a la que “pepenaron” a causa del materialismo—. La güera aventura inteligente <<Era comunista>>. —No. Tenía un camión materialista y transportaba ladrillos—. <<¿Del rojo?>>. Leonor revienta una carcajada —No. Verde. ¡Verde y achicalada…! y la pescaron—.

La noche avanza entre vino, danzones y chismes. Leonor la provoca echándole en el rostro una espesa bocanada del carrujo y la saca a bailar. Eloísa aspira profundo <<¿Te enseñó a fumar?>>. —A fumar… y a lo demás—. En el montuno del Danzón, Leonor la presiona contra su pecho y le susurra —¿Quisiste a tu marido?— la invidente suspira <<Ciega, sin conocer el amor… aprendí a quererlo>>. —A pesar de que era feo como guajolote—. Era el momento oportuno: —Güerita. Debo confesarte algo—. La amiga simula molestia <<Algo de tu amiga, o de mi marido, que soy ciega pero no tarada>>. —Hui del pueblo cuando atraparon a la antropóloga—, <<Y Ramón te rescató>>. —Me dio trabajo, techo y amor— responde molesta y Eloísa ata cabos al recordar que una noche Ramón las encontró platicando en la escalera —¿Qué hacen?, les gritó, ¡Órale, cada chango a su mecate!— y se retiraron en silencio.

Leonor da vuelta a la cara del disco para alargar la intimidad —Güerita, yo fui antes que tú, y lo que no fue en tu año…— <<¡claro, seguramente te vio desamparada y…>> —Desamparada y caliente—. <<Baja la voz>>. —¡Cierto! Hay que ser cochinos, pero no tan trompudos—. La güera ríe <<Indiscreto era Ramón. Me dijo que tienes así las tetitas>> y ríe cuando la otra brama —Mira. No hace falta ser músico para saber tocar las chichis, pero él, ni eso—.

Leonor le oprime la mano, detiene el baile y la apretuja. Eloísa confiesa <<La noche que Ramón cayó al pozo, le di su pastilla para los nervios con un vaso de Ron. Lo tomó y fue a buscarte a la portería>>. —Llegó, sí. Ya ves que la cochina más flaca se lleva la mejor mazorca. Me poseyó violento. Soporté. Le di un vaso de aguardiente con su pastillita para dormir. Hicimos el amor como jíbaros y le dije: Ve a dormir con tu mujer, ella te necesita, y se fue—. Eloísa musita <<No creí que fuera a verte. Salí a buscarte. Me encontró en el pozo, quería forzarme. Me dio pavor. No hice esfuerzo, te juro, se iba a  vomitar y se empinó en el pretil, sólo ayudé un poquito. Corrí a la calle y escuché el chirriar de llantas. Cuando desperté en el hospital ya era viuda>>.

—Escuché el guamazo. Del pozo salían chillidos como de marrano en pascua, llamaron a la Cruz Roja para ti, y a la policía para él. Lo sacaron vivo. El comandante dijo: Está bien borracho. Una vecina entró gritando “atropellaron a la güera, creo que está muerta”. Ramón aulló como coyote en cuaresma y se fue quedando quietecito. Y cayendo el muerto y soltando el llanto. Parecía yo Madalena (Elisa suspira aliviada) Me interrogaron. Les dije: soy la criada. Rezaba mi Santo Rosario cuando escuché el guamazo. El patrón bebe… y como no hay cosa más sana, que cada quien haga su regalada gana, nadie se lo impide. La policía se marchó—.

Eloísa le jala con fuerza al carrujo, el humo que sube en espirales anima a la ranchera a proponerle —Quédate aquí. ¡Que no es gallina buena, la que come en casa y pone afuera!—. Como cucharas empalmadas se apiñan en el catre, Leonor la abraza por la espalda, con la conciencia tranquila el sueño les va llegando. En el duermevela Eloísa escucha que le musita —¿Pagaste al taxista que te atropelló?— La invidente emite un mohín confuso —Ay, güerita, ¡pues a falta de pan, tortillas!—.

 

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