Ars ScribendiPLUMAS DE COATEPEC

CASA BONILLA

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CASA BONILLA

Cuando me detengo a mirar la fachada de la Casa Bonilla, comienzan a fluir un torbellino de recuerdos que me transportan a la década de los setenta y ochenta. Las mesas estaban esparcidas en el corredor de la casa, algunas otras para reservados en los cuartos que alguna vez fueron recamaras o salas. En medio de los pasillos el pequeño jardín y luego otras recamaras, que al parecer se ocupaban, porque a veces se veía recostado al amigo Chemita. Iba de vez en vez con la familia y, luego, con más frecuencia con los compañeros de trabajo y personal del sindicato Nestlé.

            La cocinera fue la señora María Eugenia Zapata de Baizabal. La cocina muy tiznada, como si deseara descubrir las huellas del trabajo cotidiano reflejado en el paso de los años, pero allí también se vislumbraba la presencia de don Vicente Bonilla, con el mandil y el rostro castigado por la cercanía de las llamas de la lumbre y el humo que lo tornaba difuso, guisando y preparando los langostinos y camarones entre otras variedades de pescados. Su voz Calmada y amigable disfrutando de su trabajo, compartía algún saludo o comentario a sus amigos, conocidos y clientes. Su trato muy agradable, pues su carácter siempre lo distinguió, como una persona sencilla.

En ese restaurante de provincia departían el sentimiento, la inspiración y la bohemia a través del canto y la guitarra, los tríos del momento, los que formaron parte de la época del romanticismo en Coatepec, por ejemplo, Nalo Pozos, Serafín (Chera), Gregorio Estévez, El profesor Alfonso Colorado; Gildardo Colorado, Paco Huesca, Bernardo Andrade, Manuel Solano, en fin, la lista es interminable. 

Pero esas canciones sensibilizaban el alma de los clientes, provocándoles un sinfín de emociones que los hacía revivir sus recuerdos, tal vez algún romance o desventura u otro tipo de sentimiento que les rozaba el alma. Como olvidar la virtud de crear versos al momento del señor Raymundo Jiménez, lo conocían más por su apodo, “Mosco”, los clientes se familiarizaron con su versado vocabulario que robaba las risas de los presentes por sus ocurrencias bien rimadas, un poeta del instante, eso era en ese espacio de alimentos. Todo este ambiente parecía ser parte o el complemento para saborear los ricos camarones y pescados que allí se sirven hasta la fecha, siempre acompañados de ricas y especiales salsas que parecen ser una sazón especial, un legado culinario que va de generación en generación esparciendo gratos aromas, un sello especial de la casa.

            Cuando iba personal que formaba parte de comité del sindicato Nestlé, ni siquiera pedían algo especial, pues de inmediato, los atendía un mesero muy popular de voz ronca, Rafael Díaz Palafox –boa–, muy activo llevaba a la mesa de todo tipo de mariscos, refrescos, cerveza, licor y vino, claro está que se llevaba muy buena propina. Una tarde que ya estaba pardeando, Chemita se le vía semi recostado en una cama muy cerca del pasillo, nosotros seguíamos en el área del corredor, don Vicente allí se encontraba, Ramón Texon Monge les cantó dos bellas canciones, “A mis amigos” de Alberto Cortez y “Gracias a la vida” de Violeta Parra, ambos lo agradecieron mucho, se les notó el sentimiento, la emoción y la gratitud. Otros meseros que recuerdo, Rafael Morales el “Chino”, hijo de un compañero de trabajo en Nestlé al que le decían “El Ruda”. Roberto y Francisco Villa Hernández, este último muy jovencito, pero ya buscando la experiencia laboral de ese oficio. El bar lo atendía Ángel Zavaleta. Otros meseros que acerca mi mente lo son: Eduardo Gómez y Miguel Cortés, Marcos Baizabal, muy chamaco andaba comidiéndose y más tarde dominaría este arte de servir alimentos.

            Fue una época muy bonita mucho antes de que remodelaran el restaurante, solíamos decir vamos a comer en ca Bonilla en lugar de decir, vamos a casa Bonilla, bueno, de todos modos, se entendía y eso es lo que importaba. Don Vicente siempre felicitaba a la persona que ganaba la cartera principal del Sindicato Nestlé, muy atento en ese sentido.

            Recuerdo que un 14 de octubre de 1997, compré dos boletos para ver el concierto de José José en el teatro del estado de la ciudad de Xalapa, llegué con mi esposa buscando los asientos que nos correspondían, el destino nos hizo coincidir, las butacas que teníamos marcadas estaban junto a las que ocupaba don Vicente con la maestra Esperanza Jácome, antes de que iniciara el canto del príncipe de la canción, departimos buena platica y me convidó cacahuates japoneses que estaba paladeando, fue un momento agradable e inolvidable.

            En la pared del pasillo penden muchas fotografías de clientes que el viento acercó de diversas y lejanas direcciones, lamento no ver una con algún líder del Sindicato Nestlé de aquellos lejanos años que siempre mostraron preferencia por esta exquisita comida.

            A don Vicente Bonilla, lo recuerdo muy bien, un hombre que reflejaba la paz interna y mucha seguridad, siempre me dispensó su amistad y poseía una riqueza espiritual que se reduce en una sola palabra “Sencillez”. Don Vicente ya reposa en el sueño eterno, en esa mansión imperturbable donde la resonancia de la vida está ausente, pero su obra sigue el camino hacia el futuro, el mismo que visualizó a mediados del siglo XX, cuando parecía una cocina casera que el tiempo y el amor al trabajo convirtieron en una empresa gastronómica que ha rebasado las fronteras del estado veracruzano. “Vamos en ca Bonilla”. Texto de Rafael Rojas Colorado.

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx